ENCUENTROS DE BENLLOCH CON... RAMÓN VALENCIA

“Mi postura es entrar en la normalidad, coger la pala y echar tierra al asunto”

El empresario de la Maestranza habla claro sobre la actual situación del conflicto sevillano con las figuras: "No es hora de reproches. Hay que enterrar el tema. Yo lo he hecho"
José Luis Benlloch
jueves 19 de noviembre de 2015

Ramón Valencia carga este año con el gran honor, también con la tremenda responsabilidad, de gestionar en solitario, esa es la novedad, la Maestranza, la gran seo, la Reinamía de Juncal y de todos cuantos sienten el toreo, un tesoro. El Metropolitan de Nueva York, el Royal Opera House de Londres, la Scala de Milán… y la Maestranza de Se­vi­lla claro, ese sería, es, el rango. Lle­ga­mos puntuales a la cita. Alto, de una gestualidad austera y firme que aún eleva más su estatura. De discurso sólido, se­rio, bienhablado, en realidad nada que me­noscabe su amabilidad pero tampoco nada que rompa los límites a la cercanía que creo le gusta establecer. Traje de buen sastre, corbata azul, puños de ge­me­los bien elegidos… un clásico. Nos ha recibido en su despacho, San­cta Sanctorum de la Maestranza, centro de gestión taurina de máxima trascendencia en el planeta toro. Diría, sin riesgo de equivocarme, que estar anunciado en su feria es objetivo final de tantos y tantos sueños toreros y eso se formaliza allí mismo.

En el rincón donde nos hemos sentado se negocia y se decide año tras año la Feria de Abril. Me cuenta Ramón que para tales menesteres siempre se sienta en la misma silla, la que ocupa durante nuestra charla. Entiendo que la decisión tiene un tanto de superstición y él añade que también otro tanto de comodidad, “por si tengo que levantarme a por papeles. Eduardo tenía también su sitio fijo”. Es de las pocas veces que hablaría de su cuñado y socio en pasado, así de reciente está ese parteaguas empresarial que abre otro modelo de gestión en la gran Sevilla o eso se cree.

-Se decía que tú eras el duro de la empresa.

-Bueno, se ha dicho de todo.

-¿Y?

-El más alto sí era, el más calvo también, pero ¿el más duro?… no creo. No me considero un hombre duro, lo que pasa es que defiendo un objetivo porque esa es mi responsabilidad de empresario. Nosotros diseñábamos una feria, la que nos gustaría hacer, y la defendíamos a capa y espada y unas veces lo conseguíamos y otras no.

-¿Nunca lo conseguiste de manera exacta?

-Nunca. Alguna vez estuvimos cerca pero tal cual la habíamos plasmado en nuestra cuadrícula inicial, nunca.

-¿Te consideras dialogante, permeable?

-Sí. Atiendo los argumentos.

-¿Personalista?

-Soy muy constante. Me divierto mucho trabajando. Tanto en esta profesión como en mi faceta de arquitecto. Disfruto en el trabajo y eso me da ventaja.

-El objetivo será ganar dinero, como buen empresario, seguro.

-No me gusta perder dinero pero no ansío ganar dinero. Me gusta ganar el partido, eso sí, y si luego tengo que donar, dono.

-La forma de hacer de las empresas del toro no tiene mucho cartel.

-Esta empresa no debe nada a nadie. Ha perdido dinero en los últimos años pero no tiene un solo pagaré en la calle ni irregularidad alguna. Esa satisfacción la tenemos y presumimos de ella. En justa correspondencia nuestro cartel no debería de ser malo.

La charla, ya ven, comenzó sin apenas preámbulos. Las dimensiones del despacho y una duplicidad de escritorios, recuerda la gestión bicéfala de los últimos años en los que Ramón y Eduardo Canorea compartieron la re­gen­cia de esa Reinamía. El día que hicimos esta entrevista, Eduardo, un rebelde sesentayochista metido a em­pre­sario y blanco de las últimas diatribas del toreo, recogía sus pertenencias ca­mi­no del retiro taurino.

“Benlloch, me voy a dedicar a la pesca”, me comentó con una mezcla de sorna y felicidad cuando nos cruzamos en la puerta de la calle Adriano y naturalmente le deseé la mejor de las suertes.

-¿Ramón, qué pierdes sin Eduardo?

-Pierdo un gran amigo, un hombre que conoce a la perfección el mundo del toro, no olvides que se crió en esto, pierdo a un gran compañero y un gran apoyo… hay muchos momentos en la vida que necesitas tener cerca una persona que te respalde. Él ha sido muchas veces mi paño de lágrimas.

-¿Qué has ganado?

-Responsabilidad.

-Su salida ha coincidido con el contencioso que manteníais con las figuras. ¿Ha sido calculado, ha sido casualidad, estrategia?

-Pura coincidencia. Llevaba más de dos años manifestando su deseo de irse. Fue el tiempo en que sucedió todo lo que ha sucedido. Luego se filtró ese deseo, alguien lo dio por he­cho y él decidió aprovechar y de­jarlo.

-¿Se da por terminado el contencioso?

-Yo lo que sí tengo es la impresión de una magnífica predisposición por parte de ellos. Mi deseo es entrar en la normalidad.

-¿Que reflexión haces de lo ocurrido?

-No quiero hablar mucho. Mi postura es coger la pala y echar tierra al asunto. Hemos sufrido mucho, nosotros, la afición, ellos… No es hora de reproches. Hay que enterrar el tema. Yo lo he hecho.

Un cuadro de Loren de generosas proporciones que dibuja la huella de una verónica sobre el albero maestrante –“El capote lo meció Eduardo”, me apunta Ramón que añade que en principio iba a ser cosa del maestro Man­za­na­res- y otra pintura del brasileño Saulo Silveira, son las únicas concesiones de­co­rativas a la modernidad. Muebles in­gleses de ajustada marquetería y dos escritorios enormes y gemelos, uno de ellos ya claramente desocupado. A la espalda, según entras, dos espectacu­la­res testas de ciervo de milpuntas, se­guro que son oro, me digo, como único guiño al campo que tanta influencia tiene en el éxito de la casa. Y presidiendo todo, dos fotos en posturas semejantes de quienes fueron referencia del mundo del toro, Eduar­do Pagés, el fundador de la compañía, catalán, periodista taurino, em­pre­sario poderoso, quizás el más poderoso de la historia, apoderado de figuras, inventor de las exclusivas, histórica la de Juan Belmonte al que convenció para reaparecer, un adelantado a los tiempos y abajo, Diodoro Canorea, su yerno y suegro de Ramón, él representa el mejor espíritu de la Sevilla moderna, castellano de Toledo, la afabilidad personificada, un toque de bohemia y mucha singularidad en su gestión, el hombre que nunca dijo no…

-¿Es viable actualmente el espíritu de don Diodoro?

-No.

-¿Así de tajante, no cabe otro don Diodoro?

-Es imposible. La economía de los tiempos de mi suegro no tiene nada que ver con la actual. Ni los impuestos, ni la hacienda pública, nada tiene que ver con su tiempo ni con los anteriores. Te doy un ejemplo.

-Adelante.

-Un año Manolete no vino a la feria y la temporada siguiente Pagés le contrató cinco tardes, toreó con otras figuras, se acabó el papel las cinco y ganó dinero. Hoy ese mismo plan­teamiento sería una ruina. ¿Más?… hoy se paga el 21 por ciento de IVA, entonces no había IVA.

-¿Trabajaste con él?

-Sí, sí. Me dio una acción de la sociedad de Taurina Hispalense que gestionó Las Ventas cuando todavía yo era novio de mi mujer, su hija, y viví muy intensamente lo que era Madrid.

-¿Y?

-Él era muy personalista. Re­cuer­do que Rafael Candel, que era otro de los socios, y yo, montamos una es­tr­ategia económica, algo estructurado frente a lo que era habitual en la casa, pero don Diodoro era don Diodoro y nos escuchaba cuando ya había tomado las decisiones. Se perdieron cien millones de pesetas del año se­ten­ta y nueve nada menos. Los ahorrillos que había hecho con la arquitectura se me fueron entre esos cien kilos.

Abundando en el carácter de don Diodoro, habría cientos de ejemplos, recordamos el año que fue empresario de Albacete, donde tradicionalmente se daban diez u once festejos y él programó dieciocho, convirtiéndola en la tercera feria de España tras Sevilla y Madrid, con la mala suerte añadida de que fue feria muy lluviosa.

-Su bohemia y su espíritu, sus ganas de confeccionar grandes carteles no las compaginaba con la economía y daba pie a situaciones como esa. Yo trataba de explicarle que el dinero de las ciudades medias y chicas está muy sectorizado y el dinero que hay para los toros es el que hay y si hay más festejos se reparte. Si hay cien millones no habrá doscientos porque dobles la feria.

-Y en Albacete no hubo doscientos.

-Y además llovió.

-Entendido.

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