La revolera

Noche mágica de Manzanares

Paco Mora
domingo 13 de noviembre de 2016

José Mari Manzanares quiere y puede porque, además de tener la espada más flamígera del momento, sobre él han derramado los duendes del toreo (o quizá los genes) toda la torería necesaria y sobrada para brillar con luz propia entre el plantel de buenos toreros de la actual Tauromaquia.

Anoche vi por televisión la corrida inaugural de la temporada mexicana. En ella pude comprobar el gran momento de José Mari Manzanares. Aparte de una estética muy personal, artística y recia a la vez, el de “la terreta” demostró su catadura de gran figura consolidada. Los recuerdos de mis primeros años de aficionado, casan perfectamente con esa seguridad de la que ayer hizo gala Manzanares en el embudo de Insurgentes, ya que lo que más admiraba de los que entonces llamábamos “toreros de cartel” era ese dominio natural de la situación, cuando deambulaban capote o muleta en mano por la arena. Aquellos toreros, como hoy el joven alicantino, no dejaban nada al azar; todo lo que hacían ante los toros era porque sabían y podían. Por eso eran primeras figuras.

Aquellos Manolete, Pepe Luis Vázquez, Pepín, Luis Miguel, Manolo “El Andaluz”, Manolo Escudero, El Choni, Paquito Muñoz (¿habrá allá en la pradera de la luz y la armonía, donde seguro que vives la auténtica vida para gozar de la cual tenemos que soportar esta que cada día nos gusta menos, la posibilidad de tomar aquel Moriles que nos dejamos pendiente?), y tantos otros que pisaban los ruedos como si fueran suyos, con la autoridad de quienes hacían aquello para lo que habían nacido dotados. Y esa es la sensación que me produjo Manzanares (hijo) anoche, viéndolo resolver con arte y seguridad papeletas casi imposibles con toros renuentes, mansurrones, descastados, refugiados en tablas a la espera de sorprender en un renuncio a sus matadores.

Y es que no se es figura del toreo cuando se quiere sino cuando se puede, y José Mari Manzanares quiere y puede porque, además de tener la espada más flamígera del momento, sobre él han derramado los duendes del toreo (o quizá los genes) toda la torería necesaria y sobrada para brillar con luz propia entre el plantel de buenos toreros de la actual Tauromaquia.

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