Durante muchos años, los toreros cometían la actuación dócil de recoger una Medalla al Mérito de las Bellas Artes mientras el Estado no les reconocía aquello que les colgaba en el cuello en forma de medalla. Una paradoja que siempre juzgué de pantomima cruel. Ese acto humillante era el símbolo de un síntoma: la debilidad de la tauromaquia. Años después, en un panorama de dicotomía aún más paradójica: unas comunidades de España nos prohíben mientras el Estado nos reconoce como hecho cultural, el toreo continúa ocupado en supuestas rencillas que, o no existen o si existen, son de una importancia tan inferior que apenas interesan a algo que tampoco existe: el mundo del toro.