Once mil personas dentro, un ciento fuera y sigue mandando el ciento, siguen acaparando titulares y espacio los anti, significa que seguimos como siempre, perdiendo. Y no son ganas de autoflagelarnos, es la cruda realidad que no da respiro. La opresión frente a la que uno se rebela. Más tendrían que rebelarse. Esta vez sucedió en Palma, donde la autoridad sigue jodiendo, acosando, haciendo campaña -¡Y ahora los prohibiremos! se gritan unos a otros- practicando mobbing con el mayor cinismo: que si el extintor, que si la puerta, que si falta esto o lo otro… era la comisión de funcionarios enviada horas antes a la plaza como declaración de intenciones cínica y abierta por parte de la municipalidad, cuales alcaldes Petro a la europea, dispuestos a practicar un legalismo extremo e intencionado de los que se echan a faltar en otros sectores de auténtico riesgo social. Lo dije en su día, prohibir no pueden, por ahora, retirarnos la empatía sí y ahí se ve, lo intentan sin importarles un carajo la afrenta personal y la desconsideración más bien al contrario, mejor aún si consiguen ofender. Y mientras, esos mismos, los que se prometen prohibir, no aciertan a parar pongo por caso el turismo de borrachera, ese Magaluf tan violento, tan autodestructivo, ni siquiera se sabe si lo intentan, ni se les ha visto lamentando los incendios que todo lo arrasan y ninguno en tierra de toros, ni gritando contra la violencia de género, a ellos lo que les mola es avivar la mayor simpleza de los tiempos, la de equiparar los derechos y los sentimientos de los animales con los de los humanos cuando no los ponen por delante.
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