El año políticamente más duro de las últimas décadas coincide con el año más ilusionante de los últimos quinquenios. Aprieta la sinrazón incluida la desfachatez ignorante e interesada por un lado y brota la primavera en este carajal con una temporada a la vista cargada de ilusión, novedades, renovación frente, o junto, a figuras. De una tacada la censura y el futuro en un maridaje desconcertante. Hay mejor panorama que nunca, al menos en el de los toreros; y hay una presión pseudopolítica más canalla que nunca con la mal llamada Fiesta Nacional (si se da una interpretación sesgada y errónea de la palabra) que siempre fue la fiesta más popular, del pópulo, del pueblo, de la gente de toda condición. Barreras para el señorito, tendido para la clase media y solano para la clase obrera que convivía con el ardiente astro en una España rural en la que se sudaba de sol a sol.
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