Vamos primero al NODO. Curro Molina apoderará este año a Javier Conde. Dos hombres jóvenes y con talento juntos pueden ser una mezcla muy interesante. No vamos a descubrir a estas alturas que Javier es torero con un sello muy propio. Con catorce o quince años ya era un chaval serio y circunspecto. Lo vi torear por primera vez en una novillada sin picadores en Ronda. Fue la presentación a bombo y platillo de Francisco Rivera Ordóñez acompañado por el malagueño y un nieto del sevillanísimo Chicuelo. El retoño de Paquirri estuvo hecho un tejón, pero el que les dio fiesta de la buena a los bravos becerrotes de Álvaro Domecq fue el hijo de Curro Conde. El chiquillo aprovechó la ocasión en la plaza de Pedro Romero y Antonio Ordóñez, ante todo el famoseo español, para dejar patente que no iba a ser uno más. Que podía ser un torero distinto. Y lo ha sido. Y lo sigue siendo. En manos de Curro Molina, que tan buen sentido tiene de la tauromaquia y sabe lo importante que es la diferencia en la valoración de un torero, Javier Conde puede dar esta temporada a punto de comenzar su auténtica medida. En cualquier caso, atención: Curro Molina, inteligente, capaz y buena gente va a debutar en el difícil mundo del apoderamiento, dirigiendo los pasos profesionales de un genio que hasta ahora ha sido un verso suelto de la eterna poesía de la tauromaquia. Al que hay que echarle de comer aparte sin exigirle gollerías. Quienes prefieran la calderada que naveguen por otros derroteros. El caviar del Báltico no se come con cucharón...
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