El “ministro de todas las culturas” ha durado un suspiro en el cargo. Menos que un caramelo en la puerta de un colegio de parvulitos. Nos puso el vello de punta que se nombrara como responsable de Cultura y Deporte –a cuyo ámbito pertenece la Fiesta de los Toros- a un hombre que había dejado patente en sus escarceos por Internet que era enemigo acérrimo del toreo. Todo ha sido hacerse público que había defraudado a Hacienda cerca de trescientos mil euros del ala, por el procedimiento trilero de crear una sociedad fantasma para evadir impuestos, y ha tenido que liar el petate abandonando sus sueños de gloria. Durante unos días hemos tenido constancia de lo poco que le preocupa a Pedro Sánchez el futuro de “La Fiesta más culta” en versión de Federico García Lorca.
Màxim ha caído en barrena, frito en la sartén de su viveza para evitar pagar impuestos como todos los ciudadanos del país. ¡Dios, qué paisaje y qué paisanaje! ¡Y a mí que el menda me pareció de entrada una nota pintoresca en el nuevo Gobierno socialista! Cuando Sánchez dijo –hay imágenes y sonido de ello- que no podría tener a su lado a alguien que a través de sociedades ficticias defraudara a Hacienda, tal parece que los malos mengues le preparaban el amargo trago que acaba de sufrir, teniendo que obligar a Màxim a tomar las de Villadiego. Pero en fin, esto parece que va en serio y tanta gloria se lleve el utielano como descanso deja.
El ministro relámpago se ha marchado tratando de disfrazar la realidad: “Me ha echado la jauría”. No, señor Huerta, “la jauría” lo ha defendido como gato panza arriba los dos días que ha durado el escándalo. No había más que sintonizar las televisiones que circulan siempre por la izquierda, pasándose por el forro las señales de tráfico. En ellas se ha defendido en su persona lo que tanto se ataca cuando los corruptos o defraudadores no pertenecen al partido que a usted lo hizo ministro. Para ellos es lo mismo correr que huir. Van a su bola, hasta el punto que confundirlos con periodistas es una travesura. Pero todos los periodistas no somos iguales. Para algunos el que roba, defrauda o se corrompe es un ladrón, un defraudador o un corrupto tenga en el carnet político que tenga en el bolsillo.