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Colombia

En este país hay afición, hay toreros. Pero los taurinos tienen que poner remedio rápido: toro, emoción, precios más bajos, inseminen, importen ganado bravo -bravo, no sólo toreable-, lo que sea. La mansedumbre y el sopor me dan más miedo que los políticos. Y se lo ponemos a huevo.

Colombia es un gran país que también ha sufrido lo suyo para alcanzar la estabilidad actual. Un país con dos océanos, con una extensión que duplica la de España, con unas cordilleras que la cruzan de norte a sur, con nevados que convierten en vergel los valles y la sensación de que el paraíso, si es verdad que existió, debía localizarse con facilidad por estos lares donde se mezclan todas las frutas del mundo; y esa sabana de Bogotá cuajada de kilómetros de plantaciones de flores y frutas. Ese valle caleño donde la caña se hace infinita y ahora no solo sirve para el azúcar sino también para el diesel, y esa tierra paisa, de Cali a Manizales camino de las verdes montañas de Medellín, donde conviven en una belleza insultante las planicies y las suaves montañas, cuajadas de ese triunvirato de verdes en la cohabitación del plátano, el café y el naranjo. Y luego su gente, amable, cultivada, con un castellano cervantino, abiertos y recuperados de años duros entre el narcotráfico, la droga, los mafiosos que todo lo controlaban y la guerrilla. Ahora es un país que mezcla sus raíces indígenas, con la herencia española y un renacer, lógico, americanista. Y en toda esa amalgama se mantiene una afición a la Fiesta, fuerte, bondadosa y no siempre bien tratada.

RINCÓN, BANDERA Y BÁLSAMO DE UN PAÍS CON MUCHOS PROBLEMAS
Llevo sintiendo este país y su fiesta desde 1991. El año mágico en que un bogotano humilde ondeó la bandera del orgullo colombiano en años de droga e inseguridad. César Rincón fue un bálsamo, como lo fue García Márquez o Botero, incluso algún ciclista, un “escarabajo” montañero en las grandes citas ciclistas de la vieja Europa. Rincón reavivó la llama del orgullo y de la pasión por la Fiesta. Llenos y todas las plazas abiertas. Pero ahora las hemos ido cerrando. Ya no está César, y la segunda fila de buenas plazas como Armenia, Popayán, Cartagena, Palmira y otra media docena han ido palideciendo y cerrando. Y Bogotá, la cabeza, la más seria plaza de América en ese equilibrio afición-toro-toreros, esa cabeza la cercenó el tal Petro, primero guerrillero y luego alcalde populista, al que los votantes de la capital acaban de echar porque su gestión ha sido un desastre y ha dejado la ciudad, en calles, aceras y limpieza hecha un asco. Ahora el nuevo munícipe juega a dos bandas. Dicen que era aficionado. Y ahora le agradecen que permita que vuelvan los toros a la capital porque la sentencia así lo obliga. Pero, para contentar, al bando animalista, ya ha dicho que si hay protestas él estará al lado de los que piden, por cruel, la abolición de la Fiesta. Una vela a Dios y otra al diablo porque la Fiesta sirve para distraer a la gente por parte de los nuevos políticos a falta de otros logros más serios. En Colombia concretamente se ha hecho una ley de apoyo animal, con sanciones muy graves e incluso cárcel para quien tenga un desliz animalista. Vamos: que los derechos de esos millones de ciudadanos que en estos países (y en el nuestro) viven pegados a la indigencia, a un hábitat indigno, a un sustento insuficiente y a una vivienda vergonzante, ya quisieran una ley como la que a ellos les olvida, pero a su perrillo no. La coronación del desprecio humanista y la exaltación animalista. Por cierto el gran negocio está ahí. En casi todas las casas del mundo hay uno o dos animales. A los que se cuida, alimenta y por los que se asume un gasto mensual muy importante. Ese es el nuevo gran negocio. El hombre puede pasar hambre. El animal ya está por encima en cuidado y costos. Ahí está el gran secreto y la pasta que se reviste de falso animalismo. El negocio necesita una purificación publicitaria para que no se vea la auténtica finalidad. Listos…

FERIAS EN AUGE Y CON AMBIENTE EN LAS QUE ESTÁ FALLANDO EL TORO
Mientras, Colombia mantiene una Cali que va creciendo poco a poco, una Manizales con una afición tremenda, que llena la plaza con carteles incluso mediocres, con una Medellín en horas difíciles y una Bogotá a la espera. ¿Qué falta? El toro, sin duda. Arrinconan a Rincón que al fin y al cabo tiene lo más español. Arrinconan a Guachicono que fue adalid de seriedad, éxitos y dureza, se cae lo de Santa Coloma de Ernesto González, se achican los samueles de los hijos de Abraham Domínguez, Achury Viejo pasó de puro Conde de la Corte a Jandilla, desapareció La Carolina en ese milagro Santa Coloma y Murube, Mondoñedo, Salento y menos mal que lo de Santa Bárbara ha devuelto la ilusión. Está lo de Gutiérrez, noble y bueno pero chico y lejos de la emoción. Sólo toreabilidad. Peligro por tanto. Hay afición, hay toreros, Roca Rey está imponente, Ponce, El Juli, Castella defienden una generación. Pero los taurinos tienen que poner remedio rápido: toro, emoción, precios más bajos, inseminen, importen ganado bravo (bravo, no sólo toreable), lo que sea. La mansedumbre y el sopor me dan más miedo que los políticos. Y se lo ponemos a huevo.

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