Nos lo merecemos por consentir que unas minorías indocumentadas y antiespañolas jueguen con algo que, como la lidia del toro bravo, forma parte de nuestro acervo cultural…
Tener que defender la supervivencia de la Fiesta de los Toros en el Parlamento, porque los que quisieron prohibirla dicen que es un acto de crueldad e incultura, y un mal ejemplo para los menores, es como si en Argentina quisieran ilegalizar el tango porque suena a lamento de cornudo. Mi amigo Andrés Amorós, que es mucho más fino, elegante y respetuoso que yo, ha hablado de la barbaridad de intentar prohibir el baile nacional rioplatense con el argumento de que incita a la prostitucion.
Tanto en el dos por tres como en el toreo hay cuernos de por medio, en la mente calenturienta y pazjuata de los prohibicionistas. El argentino Anselmi, jamás se hubiera atrevido a marchar al son del cañón contra el tango fané y descangallao, con argumentos tan falaces, sin riesgo de ser corrido a gorrazos por toda la pampa y manteado cuando le echaran mano. Pero ser mercenario en la España de hoy es fácil. No hay más que pagar bien a los desaprensivos que se atreven a venir a cacarear en corral ajeno.
Nos lo merecemos por consentir que unas minorías indocumentadas y antiespañolas jueguen con algo que, como la lidia del toro bravo, forma parte de nuestro acervo cultural. ¿Pero qué se puede esperar de un país en el que hace ya más de setenta años un político tenido por inteligente y moderado, declaró con voz engolada: “En el día de hoy, España ha dejado de ser católica”. El mismo que ante la masacre de Casas Viejas gritó irritado por la protesta de aquellas gentes rebeladas ante la miseria: “¡tiros a la barriga!”. Y es que la Fiesta de los Toros no estará segura mientras los españoles no recuperemos el espíritu de nación, que hemos perdido en nuestro viaje a una democracia, mal digerida por los que sólo creen en ella cuando se les permite hacer lo que les viene en gana.