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De galgos y de toros

Esta Semana Santa he visto un reportaje televisivo sobrecogedor. Era para ponerle el alma en un puño a cualquiera. Trataba del mundo de los galgos; esos hermosos y peculiares canes nacidos para correr…

Esta Semana Santa he visto un reportaje televisivo sobrecogedor. Era para ponerle el alma en un puño a cualquiera. Trataba del mundo de los galgos; esos hermosos y peculiares canes nacidos para correr. Los entrenan con absoluta exigencia para que resistan largas y veloces carreras, y cuando ya están en forma alcanzan precios que van desde los mil a los 20.000 euros. Los que no resisten el entrenamiento son ahorcados, abandonados, echados a un pozo, o desangrados con las patas cortadas a hachazos, simplemente “porque no valen para correr”. Yo me he enterado ahora de ese holocausto que gravita sobre los galgos, pero la salvajada que los diezma existe hace muchos años.

Ahora hay personas sensibles que se dedican a recoger esos pobres animales de mirada triste, que han comprobado en su propia carne que el hombre no es ni mucho menos el mejor amigo del perro. Hombres y mujeres que cuidan a esos nobles animales de patas largas y ojos acuosos, maltratados y abandonados por quienes trataron de explotarlos y “no les sirvieron”. En muchos casos consiguen restaurarles la salud y devolverles la confianza en los humanos. Y sobre todo salvarlos de la hitleriana “solución final” aplicada por sus explotadores, como método de exterminio por no pertenecer al grupo de los privilegiados que corren como centellas. O lo que es lo mismo; condenados a muerte o mutilación por ser débiles. He aquí una buena causa para los “animalistas” que se vuelcan con armas y bagajes en tratar de acabar con la Fiesta de los Toros.

El toro bravo nace y vive en el campo durante cuatro o cinco años, bien alimentado y mejor tratado, cuidadosamente vigilado por veterinarios especializados en su alimentación y crianza. Es un animal hermoso, noble, digno, fuerte y que cuando sale al ruedo lucha desde el primer momento contra todo aquel que le planta cara y a veces hasta gana la pelea, e incluso puede ser indultado y volver al campo para perpetuar su buena simiente. Y siempre es tratado con respeto, y cuando no embiste como se espera de él, nadie baja el dedo pulgar ordenando su ahorcamiento como hacen los “galgueros” con los perros a los que no ven capaces de ganar premios y carreras. Sin embargo, es en la Fiesta de la que el toro bravo es protagonista regio, donde los que tanto dicen querer a los animales se vuelcan. Aun a sabiendas de que la desaparición del toreo, significaría el final de una especie animal singular y rotundamente española. Claro, que quizás sea por eso. Porque perros galgos hay en todo el mundo y los toros bravos tienen su origen y mayor implantación en España. Y para acabar con España lo más eficaz es atacar con saña sus raíces.

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Paco Mora

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