Desde el Arenal

El legado de Finito de Triana

Carlos Crivell
jueves 23 de julio de 2020

A base de repetirlo estamos cerca de banalizar algunos conceptos. Viene ello a propósito de la muerte de Finito de Triana. En la interminable lista de toreros de plata que se nos han ido, casi siempre hemos recurrido a resaltar la torería de los personajes. Pero no hay nada banal; es una evidencia que esa generación de banderilleros que nos han dejado representaba lo más hondo y profundo que puede encerrar la palabra torero. Se fueron Andrés Luque Gago, Antonio Galisteo, El Vito, Manolo Carmona, Chaves Flores, Luis González, Almensilla, El Pío, Curro Puya, y algunos más, que eran el toreo en su más pura expresión. Lo era Antonio Martínez, Finito y de Triana, que era una enciclopedia de garbo, elegancia y educación. Como les ocurría a los toreros mencionados, se veía venir a Finito, siempre con su escudero Marcos a la vera, y se llenaba uno de sabor torero. Ahí viene un torero. No importaban los años cumplidos, los achaques insoportables, nada podía ocultar la prestancia en la forma de caminar, el garbo en cada gesto, la altanería con un punto de chulería bien entendida que derrochaba este trianero que paseó con orgullo su patria de nacimiento por todos los confines del mundo cuando la corrida de toros era la seña de identidad de un pueblo.

Esa generación de toreros llenó un tiempo en la Fiesta. No eran solo patrimonio de Sevilla, aunque fue en la tierra hispalense donde hubo mayor concentración. Muchos de ellos no llegaron ni a tomar la alternativa. Eran otros tiempos. Ahora se llega a matador de toros por caminos insospechados o inadecuados. Ese detalle no restó ni un gramo de calidad a estos toreros de plata que hicieron de su profesión un arte con mayúsculas. Fue una generación que enseñó el camino a quienes llegaron a continuación. Fueron toreros que habían heredado de otros de un tiempo anterior la verdad de lo que significa servir al matador. Toreros con un capote privilegiado cuando el toro salía de toriles con gas y furia; siempre colocados para favorecer la lidia a favor del toro y de su maestro; con principios inquebrantables, como que quien tiene que lucirse siempre es el maestro; con aquella frase de que el mejor capotazo es el que no se da; capaces de poner banderillas como los mejores de la historia; siempre con altivez, sintiéndose toreros, para ganar la partida a sus compañeros; fueron toreros que dejaron su huella en los que les sucedieron, aunque no todos aprendieron bien la lección.

Uno de estos toreros de plata de calidad excepcional fue Finito de Triana. En su adiós a la vida terrenal, echando la vista atrás, me acuerdo de aquella cuadrilla de Finito, Antonio Chacón y Luis Arenas, que saludaban todas las tardes en tercios de banderillas a los toros de hace más de cuarenta años. Finito se fue de los toros, pero nunca del toreo. Era un personaje fundamental en la vida taurina sevillana. Olía a torero cuando se acercaba, alegre, ufano, sabedor de quién era, orgulloso y humilde al mismo tiempo, capaz de escuchar a todos, aunque lo bueno era escuchar lo que decía Antonio con su profundo conocimiento de todo lo relacionado con la Fiesta. Amable y generoso siempre. Le echarán de menos los que vestidos de luces estén a punto de hacer el paseíllo en Sevilla, cuando Finito se les acercaba para infundirles ánimos ante la responsabilidad de torear en la plaza sevillana.

Fue asesor del palco de la plaza de la Real Maestranza. No fue juez nunca. El palco era su manera de estar en la Fiesta, pero nunca se sintió a gusto a la hora de emitir un juicio. Conocía la profesión, su dureza tremenda, de forma que se sentía incapaz de opinar sobre premios y otros asuntos.

Finito era un hombre muy sufridor. Ya retirado presentó muchos problemas. Fui su confidente en cuestiones de salud. Cuando se refería a sus dolencias, lo miraba, tan firme de planta, tan seguro de porte, tan sano en apariencia, que no me quedaba otra que minimizar todo lo que contaba que padecía. El torero mantenía enhiesto al hombre. Sufrió hasta el final. Confieso que, en la última charla, cuando el destino ya tenía fecha y horas marcadas, volví a escucharlo con cierta incredulidad. Pero no, ahora la suerte estaba echada, y Finito se ha marchado como un hombre de cuerpo entero, luchando en cada minuto para hacer la vida agradable a todos. Sobre todo, a su familia.

Finito de Triana se sentía orgulloso de muchas cosas. Tenía motivos sobrados para ello. Su trayectoria como banderillero en cuadrillas de lujo así lo demuestra. Su capote era mágico, aunque la imagen que perdurará será la de sus pares de banderillas portentosos. Maestro de banderilleros, fue de los primeros que escuchó música en Sevilla por la forma de realizar la suerte. Estaba orgulloso de ser torero, pero su orgullo de verdad fue su familia. Una familia unida, apiñada en torno a su figura, con unos hijos admirables por su amor sin reservas a su patriarca. Es, a la postre, el mejor legado de quien se ha ido de esta vida para seguir dando capotazos en el cielo de los toreros.

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