BENLLOCH EN LAS PROVINCIAS

El termómetro de Roca Rey marca las máximas

José Luis Benlloch
sábado 16 de julio de 2022
Román cuaja las dos faenas de su vida y falla con la espada; buena corrida de Victoriano del Río y detalles de Morante

Y Roca subió a los altares. Asentado, espectacular, técnicamente maduro -cada día más- ambicioso, expresivo, con los canales de la comunicación abiertos al mundo, el que quiera emocionarse que venga a una plaza de toros, el que guste de valores más allá del valor, que venga a verme; si exijo, respondo, si me piden, doy, con el bueno y con el menos bueno y si no embisten embisto yo en postura de figura. Ese fue Roca ayer, en una tarde, la gran tarde, al estilo de Valencia, la ejemplificación de cómo se recupera una feria y una plaza, de cómo se viven los toros en Valencia, con generosidad y entrega. Los que fueron volverán. Román no se escondió, firmó su mejor tarde en Valencia, toreó asentado y pausado, como si no fuese Román que sí era Román solo que mejorado, solo que lo pusieron donde debe ponerse a un torero que se necesita como agua de mayo para estimular el orgullo de una afición, para mover el pueblo que precisa de símbolos propios que lo movilicen. Sin querer comparar ahí están las mejores épocas de Valencia siempre con un valenciano como bandera, pues Román es el último –digamos penúltimo- al que hay que regar para que florezca, para que compita con la marca Valencia. Ayer dio la talla y argumentos para que quienes tienen la responsabilidad se pongan por fin de su lado. A los dos los toreó como nunca, asentado y en redondo, ligado, sereno, un nuevo Román… todo iba camino de la segunda entronización de la tarde hasta que cogió la espada, maldita espada, jodida espada, jodido Román que se atolondró y se cerró la puerta grande. Digamos que la gloria tendrá que esperar. De Morante decir que no tuvo suerte en el sorteo más allá de que no es torero de estas guerras y por esta vez en Valencia la percusión se impuso a los violines.

Sucedió en una tarde de exuberante calor, con la plaza llena en sus tres cuartas partes y frente a una corrida de Victoriano del Río de desigual presentación y varios toros importantes, tercero y quinto sobre todo, ambos premiados con la vuelta al ruedo con excesiva ligereza: la del primero de ellos porque tuvo más suerte que calidad y en el caso del segundo porque a su excelsa calidad le faltó bravura en los primeros tercios, en cualquier caso poco que reprochar al premio por las veces que los palcos se olvidan de los ganaderos.

ESE MORANTE

Morante dejó destellos preciosos en su primero. La trinchera con la que arrancó la faena a su primero fue un primor; el de la firma que repitió en dos ocasiones, un homenaje a Granero en su feria; la seda de su mano derecha una loa al gran Pepín Martín. Así hasta que se paró el toro, me dijeron que para verle torear pero no fue cierto, en realidad quiso romper la partitura de lo que iba para gran sinfonía. Lo que vino después con la espada fue un recuerdo ahora al viejo Gallo, ¡qué manera de pinchar, qué manera de huir! Así que nos quedamos con la miel en los labios. Al caballuno cuarto mandó que le diesen para ir pasando. Y lo hicieron sin miramientos, como si no hubiese mañana. Y pasó lo que pueden imaginar, que se paró el funo aunque aún tuvo tiempo de hacerle unas brujerías, como dos ayudados por alto y un manojo de naturales.

Román resultó herido en el quite al toro de Morante. Nada que le menguase el ánimo, diría que nadie lo notó. Los lances, embraguetado y mandones, fueron pura pasión y tras una lidia errática de la cuadrilla contra la querencia huidiza del toro, el de Victoriano sacó su fondo de bravura, se centró y embistió como un exprés. Fue el gran momento de Román que pasó del abismo a que apuntaba el comportamiento mansón del toro, a la gloria. La faena fue breve, lo que duró el toro, intensa, emocionante, el de Victoriano era un ciclón, Román un coloso a punto de derribar el muro del sistema. Fue así hasta que cogió la maldita espada. No le entra ni entra él. Su segundo le sorprendió mientras brindaba e improvisó antes de torearle como nunca. Despacioso, en redondo, volteando la embestida tras la cadera, seguido, quiere decir ligado, cercano, bramaba la plaza olés y se crecía Román. Toro cumbre en la muleta, toreo a la altura. Y de nuevo la jodida espada y la puerta grande cerrada a cal y canto. Gran pena.

ROCA INCENDIARIO

Roca estuvo incendiario desde el principio. Los lances ganadores del arranque que remató en los medios fueron el adelanto. Le silbaban las canillas las puntas del toro. Embestía fuerte el castaño y lo despachó con dos puyacitos. El resto del quebranto lo encomendó a su muleta. Hubo quite por chicuelinas, tafalleras, puente trágico, hubo un volcán en ebullición previo a empuñar la muleta. Lo bordaron Chacón y Ambel en el tercio de banderillas antes de que se desbocase definitivamente el peruano. Ante los amagos del toro Roca ofrecía firmeza, paciencia, ¡tranquilidad, que le sirvan una horchata por favor! y dejaba que el toro le siguiese pespunteando las canillas. Mando y suficiencia. Espadazo en la cruz y el toro a sus pies, y el público, claro.

Al sexto que manseó desde el principio no le dio opciones. De nuevo el Roca ambicioso dando lecciones de responsabilidad. Se enraizó en la arena y atacó para demostrar que con el toro medio, incluso con menos toro, también impone su ley. Se arrimó sin consideración, en realidad se abrazó al toro y a la gloria. Por lo civil o por el código Roca que no es nuevo, solo que no está al alcance de todos. Y de nuevo el espadazo triunfador. Una oreja de más o de menos ya no importaba. Gloria a Roca.

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