No hay ni un solo torero que no pase miedo desde que se calza el traje de luces hasta que regresa al hotel y se lo quita. Si alguno lo niega, miente como un bellaco. Y ahí esta el gran mérito del torero, que, como aquel personaje de Arniches, muriéndose de miedo tiene que hacerse el valiente. ¡Pero todos! Incluidos Morante de La Puebla y Roca Rey.
Nadie puede estar seguro delante de un toro de lidia, porque al más noble y colaborador le pica un tábano en una oreja y pone en órbita al torero que tiene delante. Los buenos toreros se apoyan en sus conocimientos de las condiciones de los toros para poder lidiarlos, e incluso hacerles arte con su colaboración. Esa es la ventaja del ser racional sobre el irracional, que aquel actúa con la racionalidad propia de su condición de ser humano y este con el instinto de la fiera irracional. Dividir los toreros en valientes y medrosos es quedarse en las primeras matas. La cosa es más complicada.
¿Es más valiente el peruano Roca Rey que el poblano Morante? ¡Ni mucho menos! Lo que ocurre es que la experiencia y la sabiduría torera de Morante adobadas con una expresión artística muy “sui generis” que rezuma arte por los cuatro costados, da como resultado una belleza estética que no está, como el NODO, al alcance todos los españoles, mientras Roca Rey da la impresión cada tarde de que se tira desde el avión de su ambición profesional sin paracaídas. Por eso viene pagando su éxito con el tributo de su sangre. Y eso con toneladas de suerte. Lo cual es también muy respetable.
Pero todos los toreros salen del hotel hacia la plaza con el mismo miedo. Bueno, el mismo no, que cada uno apechuga con el suyo.
