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Hubo toros y toreros

Curro paró el reloj de la plaza. Toreó tan despacio, con tanta belleza, compás y armonía que aquello era una auténtica sinfonía a cuyo embrujo respondió el público con los oles más fuertes y rotundos que he oído en mucho tiempo.

Corrida de Fuente Ymbro bien presentada, con el auténtico trapío que no es el exceso de peso ni la exageración de arboladura córnea sino las hechuras. Seis ejemplares en su conjunto serios de cara y armónicos de tipo, algunos de los cuales fueron de más a menos por esa moda de darles a los toros una sobredosis de muletazos. En La Monumental de Barcelona oí un día un grito del tendido dirigido a El Viti: “¡Santiago, deja de aparcar y ponte a torear!”. Y es que la fuerza de los cornúpetas no es inagotable, y es de buenos toreros saber administrarla. Por falta de administración de esa fuerza, muchas faenas, que podrían haber sido importantes, acaban aburriendo al personal… e incluso al toro. Y es que los toros no tienen una resistencia ilimitada, ni los públicos una paciencia infinita…

Con el quinto de la tarde, toro de una calidad superlativa y una bravura repleta de nobleza, Curro paró el reloj de la plaza. Toreó tan despacio, con tanta belleza, compás y armonía que aquello era una auténtica sinfonía a cuyo embrujo respondió el público con los oles más fuertes y rotundos que he oído en mucho tiempo. Y es que Valencia es, además de la ciudad de las flores y el amor, uno de los lugares de España donde mejor se paladea el arte. Curro Díaz ha conquistado la Plaza de la Calle de Xàtiva con la naturalidad, el desmayo y el son de su toreo. Si en su próxima comparecencia de Madrid torea un toro como ha toreado este 12 de marzo en Valencia se convierte en la máxima atracción de la temporada. Porque un torero de culto ya lo es. Para todos los aficionados que saben que el toreo es un arte, claro.

Padilla, heroico, salió, como siempre, a dejarse matar por satisfacer a un público que le quiere, le admira y le respeta. Su entrega absoluta le costó una cogida tremenda, muy fea. Fue un zaleo interminable del que salió maltrecho y manando sangre por una herida en el muslo derecho, aunque con un corbatín por torniquete acabó con el burel y pasó a la enfermería por su pie con una oreja del de Los Romerales en la mano. Otro toro –el cuarto- desorejable. Como lo fue el lote de Escribano, que reapareció después de nueve meses de ausencia de los ruedos por la tremenda cornada del año pasado en las Fogueres de Alicante. Sólo la espada tuvo la culpa de que no abandonara la plaza en hombros. En fin, una corrida, la de Fuente Ymbro, brava y encastada que en los tiempos en que los toreros administraban las fuerzas de los toros, persuadidos de que torear es algo más que dar pases, los hubieran arrastrado las mulillas a todos sin orejas. Dicho queda. Esto es un artículo de opinión. La crónica la tienen aquí al lado.

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Hubo toros y toreros

Paco Mora

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