La Revolera

La gracia toreadora de Pepín

Paco Mora
miércoles 25 de marzo de 2020

Fotos: ARJONA, CANO Y ARCHIVO

Como muchos otros aficionados, la primera vez que vi torear a Pepín Martín Vázquez fue en la película Currito de la Cruz, dirigida por Luis Lucia, que el sevillano interpretó junto a Manuel Luna, que hacía de Manuel Carmona, torero en trance de retirada, y padre de la “señita Rosío”, para cuyos pasajes toreros se echó mano de un par de extraordinarias faenas de Manolo González. Le ahorraré al sufrido lector la descripción del argumento porque es de sobra conocido: el inclusero que busca en el toreo gloria y fortuna para ayudar a sus “hermanillos” de orfelinato. Un personaje inolvidable de aquel film fue “El Gazuza”, interpretado por Tony Leblanc, con cuya amistad me honré y que una noche me brindó públicamente su actuación en el Teatro Olimpia de Barcelona allá por los años ochenta.

Después se han rodado un par de Curritos más pero sin la calidad taurina de aquel al que dio vida cinematográfica el hijo del señor Curro Martín Vázquez. De malo de la película y rival del menor de la familia Martín Vázquez, que dio otros dos matadores más, Manolo -una gran espada- y Rafael -el rubio de la familia-, oficiaba el actor Jorge Mistral entonces en candelero. En el metraje de la cinta se incluye una faena por naturales de Pepín en la Plaza de Las Ventas que nos cautivó a los aficionados por su cadencia, temple y gracia toreadora. Tardé en verlo vestido de luces en una plaza de toros, pero desde que lo vi en Currito de la Cruz Pepín era uno de mis favoritos en clara competencia con Pepe Luis Vázquez, que fue mi primer ídolo como incipiente aficionado.

Tengo para mí que la gracia torera de Pepín no ha sido superada todavía. Si algún torero actual se acerca al impacto que su torería producía sobre los espectadores es Morante de La Puebla. Un rival a tener en cuenta para el torero de dinastía que nos ocupa fue Manolo González, también con una evidente gracia torera, minimizada por un valor espartano y una portentosa facilidad para levantar al público de sus asientos. Pepe Luis no competía. Ese iba por libre, y cuando ligaba un toro hasta Manolete le hacía palmas. Pero Pepín fue mucho Pepín y en aquella época era distinto a todos. La cornada de Valdepeñas le quitó el tipo y a partir de ella comenzó a torear muy poco y quizá con excesivas precauciones. La última vez que lo vi fue en una corrida en Albacete -fuera de feria- en la que alternaba con Antonio Caro y Antonio Chaves Flores, creo que con toros de Peñajara ¿…? aunque no aseguro el detalle ganadero porque escribo de memoria y prefiero dejarme llevar por mis recuerdos y relatar sentimientos e impresiones más que datos históricos, que para eso están las hemerotecas.

Los toros no embistieron y aquella fue una corrida sin historia. Por la noche tuve oportunidad de compartir unas horas con Pepín. Mondéjar, un buen aficionado que luego fue magnífico fotógrafo taurino, había fundado en el Club Taurino de Albacete una peña con el nombre del torero sevillano, que aprovechó su estancia en la capital manchega para celebrar una cena en su honor. Pepín acudió acompañado por el rapsoda Benítez Carrasco, que nos deleitó con un auténtico recital. Me presentaron al torero y tuvimos una larga conversación en la que quedé persuadido de que era un hombre inteligente y de una modestia y una simpatía ejemplares. Allí me dijo sotto voce que aquella de Albacete había sido una de sus últimas corridas. “Pienso retirarme enseguida, mi tiempo ya ha pasado y ahora es el de otros buenos toreros que vienen pidiendo paso”.

Creo que ambos nos caímos bien, puesto que me dio su dirección y su número de teléfono, y me dijo que cuando estaba en Sevilla solía acudir por las tardes a una tertulia en el Hotel Londres, por cierto, en el que se hospedaba Manolete siempre que actuaba en la ciudad del Betis. Desde entonces, cuando viajaba a la capital andaluza me acercaba a aquel hotel para saludarlo y tomar un café con él. Pepín era poco hablador, pero valía la pena escucharle. Me dijo que pasaba la mayor parte del tiempo de su retiro en el campo cazando pájaros con liga, aquel pegamento que llamábamos “visco” con el que se embadurnaban unos espartos, que se colocaban alrededor de los charcos adonde acudían los gorriones a beber agua, y quedaban prisioneros. Un entretenimiento sencillo y tranquilo para un hombre sin complicaciones como era aquel magnífico y singular torero.

Llegaron años en los que ya no viajaba con la asiduidad de mis tiempos de ejercicio profesional, pero nos enviábamos saludos con amigos comunes, hasta que un día, estando con mi paisano Manolo Amador (padre) en el palacio de Vistalegre de Madrid, presenciando una corrida, en la que actuaban Juan Mora, Morante de la Puebla y El Cid, los altavoces de la plaza pidieron atención y acto seguido propusieron un minuto de silencio en memoria de Pepín Martin Vázquez que acababa de fallecer en Sevilla. En pie, acongojado y con lágrimas en los ojos, le dediqué mi última ovación.

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