La revolera

Injusticia distributiva

Paco Mora
domingo 30 de abril de 2017

Es muy triste que se lleven el mogollón de euros quienes la mayoría de las tardes frustran las ilusiones de aficionados y espectadores, mientras los que los divierten se llevan a su casa cuatro perras y el cansancio, la tensión y el esfuerzo de una tarde dura y difícil.

Si algo está quedando claro en esta Feria de Abril de Sevilla es lo que muchos sabemos hace tiempo; que el auténtico espectáculo taurino es aquel del que los espectadores salen satisfechos, contentos de haber pagado una entrada y con ganas de volver. El que ofrecen seis toros bravos y encastados, fuertes y sin claudicaciones -con todas sus dificultades-, y tres toreros capaces de poderles y someterlos al imperio de su valor y conocimientos.

Esto ni es nuevo ni se ha dejado de decir y escribir, desde que existe el toreo y la crítica taurina como género periodístico. Los empresarios deberían tomar buena nota, si no quieren contribuir a que un espectáculo multisecular se derrumbe llevándose por delante sus posibilidades de negocio. Para salvar la realidad de la Tauromaquia, esos empresarios deben comenzar ya mismo a poner en valor a los toreros que se fajan, sin hacerles ascos, con los “victorinos” y los “miuras”, pongamos como ejemplo, pero hay más. Ahí están también los de Fuente Ymbro, los de Alcurrucén, los de Cuadri y los de Adolfo ante los que las figuras escurren el bulto.

Está meridianamente claro que el bisonte manso con cornamenta de ciervo y más de seiscientos kilos, que camufla entre sebo y carpintería la mansedumbre, es el toro preferido por los que encabezan el escalafón, porque con cuatro arrumacos se lo quitan de encima sin problemas, y sobre todo sin sudar el chispeante. ¿Que cómo se acaba con tamaña granujería? Pues muy sencillo; valorando económicamente las empresas a los toreros que pechan con los hierros bravos y encastados, por encima de las figuras que no los quieren ver ni en fotografía.

Verán que pronto exigen los “primus inter pares” integrarse en la autenticidad de la Fiesta. Y si no lo hacen, peor para ellos. Porque es muy triste que se lleven el mogollón de euros los que la mayoría de las tardes frustran las ilusiones de aficionados y espectadores, mientras los que los divierten se llevan a su casa cuatro perras y el cansancio, la tensión y el esfuerzo de una tarde dura y difícil. Eso se llama injusticia distributiva. O así me lo parece…

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