El toreo arde en Madrid, escribí en Las Provincias. Me reafirmo. Este año tan apasionadamente como siempre y con más sobrevivientes que nunca. En realidad supervivientes XXL. Es la guerra. Se viaja de los avernos donde se escuchan las sentencias de los inquisidores y el dolor silencioso de las víctimas -¡pare que me bajo!- al éxtasis en menos que cuesta contarlo y entonces te dices: ¡Que no se acabe! Se va del Diga lo que diga que me opongo cual si fuese el parlamento -ese Juli en la diana de la intolerancia es solo un ejemplo- donde no hay más credo que el credo de una minoría que, por cierto, piensa y siente en centímetros, está cruzado o no está cruzado, el picador pisa la raya o no la pisa…; de ese ambiente digo, se puede ir a la aprobación final, incluso por unanimidad, es el milagro, un cuasi imposible cocinado bajo la receta del toreo de siempre, con matices, que nace del gusto de cada cual y suele acabar siendo al gusto de todos.
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