BENLLOCH EN LAS PROVINCIAS
Foto: Sasha GusovFoto: Sasha Gusov

Paco Ureña hace el milagro: de la insurrección a la gloria

José Luis Benlloch
jueves 16 de marzo de 2023
El murciano corta una oreja que debieron ser dos tras una faena cumbre: lo mejor llegó sobre la izquierda, la mano que conecta directamente con el corazón, por donde el toreo nace más vulnerable, más libre, más puro…

La incomparable imprevisibilidad del toreo. Que nadie eche cuentas, ni se atreva con los pronósticos y ya no digo con las profecías. Solo conducen al fracaso. A que te tapen la boca. No había quien diese un duro por la tarde, quinta de feria, fresca, de escaso ambiente y poco glamur, que visto lo visto tampoco hace falta a la hora de promover milagros. La primera parte se había desangrado por la esquina más vulnerable de la Fiesta, el voluntarismo, la vulgaridad, el cardiograma plano… y en el toreo si no hay emoción no hay vida y no la había. Tampoco mucha pasión en la torería, tres faenas corrientes incapaces de quitarnos el frío. O eras paisano o te arrebujabas en los asientos, ese era el ambiente cuando saltó el cuarto a la arena, de Juan Pedro Domecq, que sigue sin suerte en esta plaza, colorado, de correcta presentación, flojo de fuerzas y fofo de carácter, argumento que aunque tarde convenció al presidente para mandarlo de nuevo a corrales -¿para qué esperar tanto, para qué cabrear al respetable con esas demoras…?-. Cumplido el trámite, el presidente mandó que saliese el primer sobrero, otro colorado, este de Montalvo, al que la puya o el golpe contra la plaza montada o lo que fuese lo dejó descoordinado, en realidad inválido, así que el usía, esta vez con premura, hizo flamear de nuevo el pañuelo verde y el montalvo volvió a corrales tras una perfecta estrategia de la parada de cabestros que para entonces ya habían calentado motores y exhibían una coordinación perfecta a la hora de arroparle. La plaza echaba humo de puro disgusto, no los calmaban ni las piruetas de los cabestros que siempre provocan alborozo. Nada serenaba el ambiente, todos en postura de acritud total en lo que suponía un volver a empezar tras un ambiente hostil y de claro disgusto.

Al borde del precipicio

Se vivía al borde del precipicio. Había bronca, malestar, cabreo, si lo sé no vengo, esto es una… ¿se dice ful?… pues eso. Y se hizo el milagro, en escasos minutos pasamos del infierno a la gloria, del peligro de amotinamiento a la entronización, de la república a la monarquía ¿o fue al revés?… todo en menos de lo que cuesta contarlo. El segundo sobrero, de salida no dio muestras de recuperar la paz perdida, tregua y discreción si acaso en los primeros tercios, que para entonces ya era mucho adelanto, hasta que cogió espada y muleta Ureña, Paco, y le enjaretó de entrada media docena de doblones milagrosos, de los que avisan al toro de quién manda a la vez que suponía darle confianza. Fue el arranque de la mejor faena de Paco Ureña en esta plaza y yo no se las he visto mejores en ninguna otra, ni antes ni después del percance de Albacete. Fue el toreo con mayúsculas. Las zapatillas enterradas, la cintura rota para conducir las embestidas hasta el final, hasta donde rompen las olas de la bravura, la línea recta prohibida, la curva como hilo conductor que le daba categoría de cinco estrellas y lujo a la faena. Por esta vez se olvidó de las sobreactuaciones anteriores que tan poco le beneficiaban. Los engaños viajaban a ras de arena, despaciosos, mecidos, rítmicos, era el milagro del toreo, la plaza clamaba oles redondos y cerrados, acompasados a cada muletazo, sobre todo a partir de un pase de pecho iniciado como obligado cierre a una serie de naturales diestros y vaciado en el hombrillo contrario que para algo se llama de pecho. Sucedía sobre la derecha, y todo se consolidó sobre la izquierda, la mano que los aficionados antiguos llamaban de la verdad, quizá porque sale directamente del corazón, quizá porque la muleta se gobierna sin espada mandona, quizá porque el toreo nace más vulnerable, más libre, más puro… naturalmente cuando se maneja con la limpieza y la sinceridad que lo hizo ayer Ureña. Los aficionados levitaban, las diatribas y disgustos de la primera parte se daban por bien empleados o directamente se indultaban. El milagro estaba consumado. ¿Se podría trasladar a la España actual?… no hay que olvidar la reflexión de Ortega, el filósofo, que quien quiera saber qué ocurre en España que se asome a una plaza de toros, pues ahí tienen tajo los de las encuestas. Del motín al enaltecimiento, era la reconciliación con el mejor toreo cuando ya nadie se lo esperaba en la tarde que había nacido como el patito feo del abono.

Justa medida

El trasteo tuvo otra virtud, no fue ni largo ni corto, lo justo, que en tiempos de métricas estajanovistas es de premio. En el momento justo cuadró el toro, montó la espada, se fue recto a culminar la obra, los toreros firman sus obras con la espada y es lo que hizo. Excelente ejecución del volapié. Flamear de pañuelos, petición de trofeos, una oreja, el público enfebrecido pedía la segunda oreja, el presidente circunspecto e impávido aguantaba el chaparrón aferrado a su postura, a ni una más y llevó el resultado a una situación comprometida. No puedo asegurar que la espada estuviese en el centro milimétrico de la cruz y si no estaba sería un desvío mínimo, pero la faena y la ejecución era de dos orejas a riesgo de traicionar el espíritu de esta plaza o de caer en la cacicada de premiar por igual faenas cargadas de vulgaridad como sucedió esa misma tarde. La vara de medir de esta plaza sigue sin amo. Visto lo visto bien se podía titular, honorabilidad personal al margen, aquello de ¡Atraco a las ocho!

La histórica faena de Ureña aún tendría una anécdota final, nada podía ser corriente, y en la apoteosis de la vuelta al ruedo, hay amores que matan o casi, la bota de un aficionado lanzada con contundente júbilo se estrelló sobre la ceja derecha del matador obligándole a pasar por la enfermería donde le limpiaron la herida y le aplicaron un apósito, no pasa ná, tras faenas así todo se da por bien sucedido.

La otra corrida

La corrida contó con un tercio de entrada, se lidiaron seis toros de Juan Pedro, todos cinqueños, de correcta presentación y poco juego, y dos de Montalvo, el segundo de ellos de una clase excelsa con la que se hizo un hueco en la mejor historia de Ureña. Los dos jóvenes que le acompañaban comparecían como argumento promocional del toreo, hay que dar oportunidad a los jóvenes se dice con motivos, la renovación es imprescindible. Ángel Téllez y Francisco de Manuel estuvieron animosos desde sus respectivos conceptos, más asentado Téllez, más arrebatado De Manuel, que en el buen sexto dio muchos pases desde posiciones modernas, por delante, por detrás y muy encima y así diría que hasta el infinito. Mató con prontitud y le concedieron una oreja, que nada tenía que ver con la conquistada por Ureña. En su primero puso voluntad sobre voluntad, demasiada para lo que se entiende que debe ser en una profesión artística como el toreo. Téllez logró mejor en su primero de mitad de trasteo en adelante, primero sobre la mano derecha y finalmente con la zurda y de frente en un toreo limpio e interesante al que debe añadir la tensión necesaria que le mejore la valoración de los públicos.

Camino de la redacción era evidente que la tarde de muchas tardes era de Ureña. No cabía otra reflexión.

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