Tomás Pallín, uno de los mejores peones que ha dado Salamanca en las últimas décadas ha dicho adiós al toreo. Y lo hizo en silencio, sin alharacas, ni algarabías, con esa sencillez que ha sido toda su vida. Como ha sido su trayectoria siempre, dentro y fuera de las plazas. Ha dicho adiós al toro, con el que soñó desde que siendo un niño comenzó a acudir a la escuela de La Capea, que regentaba el señor Paco Prado en la villa de Tejares, al lado de Salamanca. O después, cuando siendo camarero de la cafetería del Casino encontró ayuda en el doctor Fuentes, un conocido aficionado quien fue su apoderado y lo llevó hasta la alternativa, que tomó en la plaza de Peñaranda hace 25 años de manos de Juan José (con el que debutó años más tarde de banderillero) y Tomás Campuzano.
Pallín pudo haber sido un peón de época. De los que está colocados 20 años con las primeras figuras. Pero le faltó suerte en los momentos puntuales. Fue peón de confianza de varios toreros que estuvieron a punto de despegar, como José Luis Ramos, David Luguillano, Manolo Sánchez, José Ignacio Sánchez… Luego, por libre, ha estado con infinidad de toreros, con la mayoría de los salmantinos y de otros lugares que confiaban en su capote largo y templado. En su facilidad para ver los toros y enseñárselos al matador. O en su eficacia con las banderillas. Peón completo, con clase y mucha capacidad para superar los obstáculos. Y la prueba está en que goza del respeto de los aficionados y profesionales. De la calidad que atesora, en sus vitrinas, queda el recuerdo de un montón de trofeos que ganó con su virtuosa lidia y los magníficos pares de banderillas con los que ganó tantos aplausos. Ahora se va un torero, un tipo íntegro y muy de verdad que sintió orgullo de su profesión torero. Se ha ido Pallín, uno de los mejores peones que parió Salamanca.
