BENLLOCH EN LAS PROVINCIAS
Foto: Glez. ArjonaFoto: Glez. Arjona

¡Silencio, se torea!… y apareció Morante

José Luis Benlloch
domingo 30 de abril de 2023
La faena de Morante en lo sustancial fue seguiriya y soleá a la vez y alegrías en el desenlace

Yo vi el milagro. El de Morante, no hay otro estos días. Y me emocioné. Faltaría más. Uno va a la plaza a ello y después de tantas decepciones (el toreo tiene mucho de frustración, nunca se alcanza la perfección) salí/salíamos de la plaza alborozados. Todos, los que estuvimos en la Maestranza, los que lo vieron por la tele y los que lo vieron sin verlo que es fenómeno que se da en días así. Milagro es aquello que no obedece a la razón ni a la ciencia ni tiene explicación ni es programable. Pasa y ya está. Y pasa cuando pasa. Esta vez sucedió en Sevilla, difícil, acaso imposible que sucediese en otro lugar, por la magia que genera el escenario, por la predisposición social a creer en cuestiones sobrenaturales y ya se sabe que Morante habita en esas órbitas celestiales y también por el recogimiento cuasi religioso (y la fe) con el que se espera estos alumbramientos. ¡Silencio, se torea!… y apareció Morante.

Yo a mi edad he visto pocos milagros de esa magnitud ni mucho menos tan oportunos, ha llegado justo cuando la necedad del pensamiento único más barrena cual picadores malos en las mentes de la incultura en busca de la abolición; y no es fácil encontrarle aproximaciones si acaso aquella faena del Paula en Madrid como me advirtió entonces Paco Honrubia, otro santo milagrero este con un par de banderillas en la mano. ¡Ya has visto el milagro! me dijo y hasta ahora. He visto faenas y momentos más heroicos, lo apunto para aquellos que se preguntan si es la mejor faena de la historia, también más desgarradas, más científicas, más exigidas, pero tan completas como esta no lo recuerdo y créanme que lo recordaría. Lo de Morante ha sido la tauromaquia de la A a la Z, explicada con la pausa del bien declamar, con el susurro de la intimidad, canturreada como arte jondo, en voz baja, ronca, queda, firme, íntima… Seguiriya y soleá a la vez en lo sustancial, alegrías en el desenlace, en el entrar y salir del toro, torera con toro y sin toro. Las verónicas arrebujadas de mentón hendido y cintura rota, en el recibo y en la hora de los quites, la fantasía de los faroles, la gracia de la chicuelina, la sorpresa de las tafalleras, las medias infinitas y muy abrazadas, aquella larga cordobesa para irse del toro… ¡Ea! Ahí se queda usted pareció decirle al de Domingo Hernández, Ligerito se llamaba y se llamará por mucho tiempo, cómplice necesario, toro torito bravo, la aportación charra a un milagro andaluz. Morante le largó la tela y se vino andando hacia los tendidos, arrogante y firme, desafiante como cuando saltó en el tercio de quites a explicar a los compañeros que los reyes están por encima de los príncipes.

Arquitectura andaluza

La sinfonía se reanudó tras el brindis en una faena estructurada con precisión de relojero; la técnica imprescindible cedía su protagonismo a la inspiración pero estar estaba, sin estructura no hay edificio; era el toreo de siempre en el lugar de siempre; el sevillanísimo inconfundible de la arquitectura de Aníbal González reconvertido en toreo, la justa elección de los terrenos, las alturas medidas, ninguna excentricidad, prohibidas las mentiras a riesgo de derrumbe, solo mimo y caricia, solidez en los fundamentos y fantasía en los vuelos, equilibrio, ora la derecha, ora la izquierda. Y el remate colosal de la estocada para consumir aquel ceremonial. Y ahora un consejo si me lo permiten, no pongan el vídeo, las imágenes recogen la perfección, la estructura, la elección de los territorios, las alturas de los engaños, los tempos, la limpieza, eso sí, pero no las emociones y el toreo, los milagros, son emociones.

Hay que decir, debilidad patria, que Morante que esta vez obvió sus habituales excentricidades indumentarias, lució para la ocasión un celeste y azabache réplica del que vistiese Joselito, su referente en la noche de los tiempos, la tarde en la que estoqueó seis toros de Contreras en Valencia, la misma combinación cromática con la que el valenciano Genaro Palau retrató a Manolo Granero en el cartel de la Feria de Julio de 1951. Se le concedieron los máximos trofeos, faltaría más y abrieron la Puerta del Príncipe para que saliese un rey, Morante I de la Puebla, tierra de cigarreros y artistas. Una multitud le izó en hombros y procesionaron hasta el hotel. Sevilla se detuvo, los informativos ¡al fin! se rindieron y modificaron las escaletas, hay glorias que no se pueden ocultar. El desfile tuvo tanto de procesión como de algarada callejera, tal era la excitación popular. No vi mayores muestras de júbilo ni mayor devoción colectiva y eso que recuerdo la despedida de Antoñete en Madrid con Manolo Montoliu y Martín Recio de costaleros; o aquella otra de Espartaco en la misma Sevilla, coronado por un vendaje como testimonio de la sangre derramada y escoltado por los caballistas que, volviendo de la feria, no tuvieron reparo, al contrario, era orgullo, en acompañarle hasta el Alfonso XIII donde el hijo de un jornalero de pantalones remendaos iba a dormir en sábanas de hilo; y recuerdo aquella tarde noche de alternativa, en la que El Soro puso el toreo a hablar en valenciano y colapsó todas las vías de acceso a Foios para iniciar una nueva era de la fiesta en Valencia, pero esta de Morante…

E insisto, no pongan el vídeo. No caben tantas emociones, ni tal síntesis de artes como se concitaron en la faena de Morante. El chasquido emocional del toreo habita al margen de la técnica, diría que a salvo incluso de la inteligencia artificial. Es hiriente, incontrolable, se siente y duele o no es arte…

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