Los toros de esta tarde no han sido aquellos “victorianos” que se rifaban las figuras. Han cambiado mucho. El ganadero sabrá por qué. Para triunfar con ellos había que jugarse el tipo y eso han hecho Castella, Perera y Román.
A Perera se le ha discutido la segunda oreja que le ha abierto la Puerta Grande. Para muchos, el palco se ha mostrado generoso en exceso, pero uno se queda con la disposición y la reciedumbre de un torero que no se guarda ni una carta en su partida con los toros que le tocan en suerte… o en desgracia, que de todo hay en la viña del Señor. El de Puebla del Prior es un muletero recio y profundo, pisa los terrenos de la tragedia y con el capote ha ganado en soltura y en concepto. Su solidez le ha permitido hacerse respetar por el público valenciano, pues ha aceptado como cosa natural la aspereza y la falta de casta de los pupilos de Victoriano del Río.
Para triunfar con ellos había que jugarse el tipo y eso han hecho Castella, Perera y Román. El francés ha bailado con la más fea, pues su lote ha rondado lo imposible para cualquier torero que no tenga el oficio y la capacidad torera que tiene el del otro lado de los Pirineos. Lo ha intentado todo y ha estado por encima de sus dos rudos adversarios, que no le han permitido dar su auténtica medida. De donde no hay no se puede sacar y nadie podrá decir que no ha puesto entrega, exposición y empeño. Vendrán tardes mejores y toros más posibles. Seguro, porque Sebastián es uno de los ases de la baraja taurina del momento.
Román, empeñoso e inasequible al desaliento, se ha mostrado más capaz y menos a merced de los toros que en otras ocasiones, y pese a la difícil condición y la escasa colaboración de su lote ha sido capaz de arrancarle una oreja contra viento y marea a su primero. Es un torero Román que cae bien por su sinceridad y desparpajo. Uno le desea el triunfo, contagiado de su ilusionada juventud y ansias de agradar. Y además, cuando un toro le mete la cara con franqueza su toreo adquiere cierta calidad muy “sui generis”, pero dentro de la más clásica ortodoxia.
Los toros de esta tarde no han sido aquellos “victorianos” que se rifaban las figuras. Han cambiado mucho. El ganadero sabrá por qué. Quizás los haya sacado de tipo cargándolos de arrobas y artillería, para no tener problemas en los corrales. No digo que eso sea intrínsecamente malo, pero siempre que no se olvide la importancia de la casta. Lo del burro grande, ande o no ande, a veces hace que los toros acaben defendiéndose en vez de embestir. En fin, doctores tiene la Iglesia…