Como Manolete toreó el debutante Vicente Barrera, con la planta erguida, solemne el ademán y mayestático el gesto. Sólo este importantísimo hecho justifica el considerar de histórica esta novillada inolvidable que se celebró en Sevilla.
Se presentó Francisco Rivera Ordóñez e hizo honor a la inmensidad de la sangre torera que corre por sus venas. Dignísima, muy en tono de novillero valiente y responsable, su primera actuación en la tierra madre y maestra de la tauromaquia.
Con estos dos debutantes de tan señeras estirpes toreras alternó Javier Conde, que toreó primorosamente con la capa y la muleta al celoso novillo que abrió plaza. Magníficos sus derechazos y excelentes los pases que instrumentó por alto. Mató bien y dio triunfal vuelta al ruedo. Cumplió con el cuarto, cuya flojedad de remos le impidió reiterar su lucimiento. En este cumplió con decoro.
Escribía Filiberto Mira sobre Vicente Barrera: “Calaron tanto las hondas grandezas y la inmensa verdad del toreo de Vicente Barrera que esta vez los silencios maestrantes se transfiguraron en delirantes entusiasmos”.
“Sevilla se rindió ante la torera verdad de un hijo de la tierra de las flores, de la luz y del amor. El toreo de Vicente con el más profundo de los olores. Sus ligados pases, sublimes sus dos faenas de muleta, con luminosidades de imposible descripción”. Como dijo en el programa de Onda Cero (Radio Triana), “él es un enamorado de la fiesta, que siente el toreo con vocación de romántico. El recuerdo de Manolete en el alma de cuantos le vimos y Vicente como la mismísima Giralda era una torre esbelta de maravillosa torería. Una torería -serena, ligada, sin dobleces- que conmovió los cimientos de la plaza más hermosa y bella del mundo”.
“El muletero templando con lentitud infinita y en los tendidos el gentío en pie, gritándole unos olés que nacían en las entrañas, ponían en vilo de gozo los corazones y repicaban a gloria torera en las gargantas”.
“El valenciano -culto licenciado en leyes- con tres orejas y en hombros bajo el palio de la Puerta del Príncipe. Aún más importante que en la noche primaveral las multitudes hablaran de toros -las faenas del valenciano tan buenas como las mejores de Manolete- y las gentes toreando por las calles de Sevilla. Quede claro que la tierra madre y maestra de la tauromaquia se entrega -sean de donde sean- a los que torean con grandeza y son capaces de imponer su verdad”.
Al día siguiente, Vicente Barrera declaraba a nuestro compañero José Luis Suárez-Guanes: “No me terminaba de creer el que pudiera salir por la Puerta del Príncipe”. También hablaba sobre la posibilidad de tomar la alternativa: “He alcanzado durante este invierno la técnica que me faltaba, por eso tomaré la alternativa en la feria de Julio de Valencia”, tal y como hizo con Curro Romero de padrino y Litri de testigo. El novillero valenciano hizo alusión al triunfo de un Barrera en Sevilla: “Al triunfar en la Maestranza no sentí ninguna revancha: mi abuelo era mi abuelo y yo soy yo”.
Se da la circunstancia que su abuelo en la época novilleril, tras un sonado triunfo en su debut y una tarde poco afortunada en su segunda comparecencia, alguien del público lo menospreció y con burla lo llamó Pinocho -aludiendo a su pronunciado apéndice nasal- a lo que prometió nunca volver a torear en Sevilla. Su nieto, Vicente, casi setenta años después, restableció las relaciones entre los Barrera y Sevilla con este sonado triunfo.
Casi tres cuartos de entrada en la Real Maestranza de Sevilla. Se lidiaron seis novillos de Torrealta que dieron buen juego en general, siendo ovacionados todos ellos excepto el cuarto y el quinto. Javier Conde, vuelta al ruedo y silencio; Francisco Rivera Ordóñez, ovación con saludos y ovación con saludos; y Vicente Barrera, oreja y dos orejas.
