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Catedral del bravo

El otoño está siendo excelente. Como para no quejarse por mucho que en el campo siempre haya motivo para la queja. Ya se sabe lo lejos que quedó siempre de los centros de decisión de las capitales, desde donde mandan cuatro lechuguinos que no saben dónde tienen el rabo las vacas ni nunca se mancharon los zapatos de barro salvo en inauguraciones y viajes a la nieve y acaban tocando de oídas, pero no es momento para enredarse en disgustos crónicos, el otoño ha sido excelente y con eso basta por ahora. Y si un otoño es bueno, en Linejo parece mejor.

El entorno de la casa cortijo, si se puede llamar así a una edificación baja y funcional, es plano y bien cuidado. Plataneros, álamos y chopos le dan distinción a la llegada. Una piscina a estas alturas del año parece algo extraño pero está allí como elemento de distinción. Un mastín lobato con trapío de plaza de primera se ha puesto mimoso en cuanto ha descubierto la presencia del amo y nos ha dado la bienvenida. Un alivio. Ya lo dice el refrán, o se me ha ocurrido a mí, más vale mastín mimoso que mastín mosqueado.

– “Un toro es muy bravo si va tres veces al caballo y empuja, pero también lo es si aguanta una de esas faenas actuales de cincuenta pases de mano baja. Los toreros les exigen mucho”

– “La familia y la hechura son factores que valoro mucho. Prefiero un semental regular de una buena reata que un semental extraordinario de una reata regular. Si no viene de una familia buena, no va a las vacas”

– “Los piques nunca los entendí pero la competencia sí, eso existe en todos los mundos y es una herramienta fundamental para poder prosperar”

– “Este es un espectáculo caro y el resultado no siempre está asegurado. Los más aficionados siempre vemos algo pero hay mucha gente que, muchas veces, demasiadas, se aburre”

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