Fue una semana tremenda. Madrid en una gran versión. Como en los mejores tiempos. Pasión, controversia, toreo al gusto, toreo con disgusto -de una minoría- que no quiere decir que no sea toreo. Madrid en paz no sería Madrid. Ya ni las salidas a hombros escapan a la bronca. Que no se pierda, por Dios, aquella solemnidad de Antoñete o Curro, pongo por caso, en andas y envueltos de respeto y pasión. Tocar al ídolo no es guindarle. Pero no me quiero desviar de lo sustancial. En esta semana isidril hubo alternancias de lo más radicales, puro shock, se pasaba del negativismo a la euforia en menos de lo que cuesta arrastrar un toro y que salte el siguiente. Hubo fiesta, hubo drama, triunfos, cornadas, gentes que ascendían a los cielos y gente que se asaba en los infiernos y no quiero señalar que bastante cruz tienen. Ese es el toreo vivido y sufrido. Lo compro. Lo malo es que no pase nada, lo chungo es la indiferencia y el entreguismo. Hubo llenos rebosantes. Contra la crisis interés. El toreo vive en Madrid. Un alivio.