Una profesión tan pasional como la de torero en la que priva aquello de se nace torero o no hay futuro y con frecuencia se responsabiliza al mismísimo espíritu santo de las cualidades de cada cual, también necesita de un tiempo de formación técnica. En épocas anteriores era una pedagogía que se asimilaba a cuenta de golpes en capeas y dehesas, y no pocas tragedias más allá que los desengaños, que no eran pocos, acercaban a los jóvenes a las puertas de la marginación e incluso del lumpen. Afortunadamente ya no ocurre así, aunque haya quien eche de menos aquellas vías de acceso a la profesión. Se ha perdido novelería, ya no inspiran las coplas como las de la Piquer con sus Romances de valentía o Madrina, pero con las escuelas taurinas se han ganado argumentos de defensa y supervivencia ante la sociedad. La de Valencia, que nació a principios de los años ochenta bajo el auspicio de la Diputación Provincial que sigue tutelándola, se ha posicionado entre las mejores de España por su profusa actividad formativa que le permite situar todos los cursos a varios de sus alumnos en las puertas del profesionalismo con las mayores garantías posibles que permite el complicado mundo del toro.
El aula, que bien se podría calificar como la academia de los sueños, donde se maceran las vocaciones es la propia plaza de Valencia a la que acuden con regularidad medio centenar de alumnos a las clases de toreo de salón, técnica e historia del toreo que se imparten en sus dependencias. El objetivo es formar toreros y que en el caso más que probable de que no lleguen a lo que todos ellos definen como la gloria, queden buenos aficionados perfectamente integrados en la sociedad. El índice final de éxitos si consideramos como tal el que alcancen la consideración de figuras del toreo no es alto, pero no por ello hay que rasgarse las vestiduras, ya lo dijo el clásico, es más difícil hacer una figura del toreo que un Papa. Toni Gázquez como responsable de Asuntos Taurinos de la Diputación y los profesores Víctor Manuel Blázquez y José Manuel Montoliu, ambos ex alumnos de la propia escuela, son los responsables de la formación.
El balance final de festejos del año que acaba, casi cien, en los que participaron sus alumnos, así como tentaderos en los que dispusieron de más de doscientas reses, confirman la brillantez de la gestión y la destacan del resto de escuelas pese a la desventaja con la que parte respecto a sus homónimas de regiones más ganaderas en las que se cuenta con numerosas plazas de toros donde organizar festejos frente a los cuatro únicos cosos valencianos -Bocairent, Utiel, Algemesí y la propia Valencia- que han abierto este año sus puertas a las prácticas de la escuela.
Las cifras totales del curso dejan poco lugar a la duda sobre su gestión. Los alumnos de Valencia han participado en 54 clases prácticas en las que se han enfrentado a 86 reses; han actuado en 41 novilladas sin picadores en las que han lidiado 50 erales; han estado presentes en 16 jornadas de diversos bolsines y concursos; y han acudido a 51 tentaderos en los que han tenido oportunidad de enfrentarse a más de doscientos animales en las principales ganaderías del campo bravo español y en las de la Comunidad.
LOS DESTACADOS
Del último curso en la escuela de Valencia se puede hacer un escalafón según los festejos que han sumado al estilo más tradicional como hacen los matadores. Lidera el grupo Nek Romero, que ya debutó con picadores y por tanto abandonó el tutelaje de la escuela, que toreó nada menos que 21 festejos, cifra cuasi milagrosa en los tiempos actuales y solo posible con la implicación de las escuelas. Le siguen Alberto Donaire, el último triunfador en Valencia, con 16 actuaciones en público; Marco Polope, otra de las grandes esperanzas de la Escuela, con 11 actuaciones, las mismas que el maño David Artazos; otros tantos paseíllos sumaron Javier Camps, que también debutó con picadores; les siguen con 9, Borja Navarro e Israel Guirau, del que quienes le han visto hablan y no acaban de sus posibilidades; Bruno Gimeno, con 8 paseíllos; Juan Alberto Torrijos, torero de dinastía, actuó 7 tardes; Joan Marín, 6; Simón Andreu, 5; Miguel García, 4; Álvaro Cerezo, 3; Rubén García y Emilio Miranda, nieto del que fuese empresario de Valencia, 2, según datos de la propia escuela.
RIESGO SUPERADO
Esas cifras justifican que las escuelas taurinas que nacieron con abundantes reservas y no pocas desconsideraciones públicas como suele ocurrir en la gran mayoría de las innovaciones en el mundo del toro, hayan acabado convirtiéndose en la principal vía de formación y acceso a la profesión. Las reservas surgían por el riesgo de despersonalizar a los alumnos. “Salen todos iguales”, era el lugar común de las críticas y parte de razón tienen en principio, pero no es nada definitivo, tras unos fundamentos comunes en los primeros pasos cada cual va decantándose e imponiendo su personalidad a no mucho tardar. Es evidente que Juan Carlos Vera, Víctor Manuel Blázquez, José Calvo o De la Rosa, todos matadores de toros formados en Valencia, no se parecen entre ellos más que en el respeto a las normas clásicas y en la educación taurina tan necesaria; otro tanto se podría decir de Joselito, Yiyo, José Tomás, Uceda Leal… todos ellos formados en la de Madrid.
A la siempre difícil tarea de formar toreros las escuelas han enfrentado el reto de filtrarse en unas estructuras profesionales más propicias a la gestión de los toreros hechos que a la formación de estos, fundamentalmente porque los altísimos costos de producción de los festejos menores, las muchas trabas administrativas y la escasa aceptación popular los hace económicamente muy deficitarios. Ante esa situación extrema que cegaban el acceso a la profesión las escuelas han acabado haciendo lo que no hacen los empresarios profesionales. La fórmula ha sido la realización de clases prácticas, la iniciativa que también nació con los reparos de gran parte del sector, cumple con las necesidades formativas, esquiva unos costos inasumibles y a un reglamento pensado en otra época con un espíritu claramente punitivo, más allá de que por el impedimento legal de cobrar las entradas (se realizan con entrada gratuita) permite el acceso de un sector de la población que pagando no hubiese acudido. El problema actual surge con la no homologación de esto festejos con las novilladas sin picadores a efectos administrativos ya que para acceder a la categoría superior se exige un número mínimo de festejos toreados que en la actualidad no se dan. El tema debería revisarse ante la falta de festejos sin caballos y la preparación que adquieren los chicos en esas clases prácticas que les habilita para pasar de categoría.
(Trabaja en lo que sale para ganarse un dinerillo)
“Para mí la escuela lo es todo. Me hizo crecer como persona. Aquí si no eres buena persona no cabes. Yo me hecho hombre en este ambiente. El toreo es lo que más me gusta y con lo que más disfruto. Me ganó la magia de los toreros que veía en Algemesí y quise ser como ellos.
(Estudiante de derecho en la Universidad Católica)
“Para mí la escuela taurina es algo muy especial. Entré con nueve años y puedo decir que aquí no se aprende nada malo y que se madura rápido. Si no existiese para todos los que queremos ser torero sería un problema grande. Y tanto si acabo siendo figura como si no lo alcanzó, siempre diré que me ha marcado mucho”.
(Estudiante de gestión y dirección de empresas)
“Si no fuese por la escuela sería imposible alcanzar nuestros sueños, para mí sería imposible ponerme delante del toro sin sus enseñanzas. Aquí me han dado confianza y se lo debo todo como torero. Estudio porque entiendo que hay que estar preparado para afrontar la vida, pero lo que siento toreando no lo siento en ninguna otra actividad.
