La temporada tocó a su fin. En la apoteosis final no todo fue glorioso. Ni de haberlo sido lo hubiesen permitido. O eso cabe imaginar dada la inclinación del toreo a fustigarse. Digamos y creo que se ajusta a la realidad, que hubo más ruido que sinfonía. Esa fue la medida. La atención principal de la semana se la repartían Zaragoza y los festivales: Sevilla, Chinchón, La Puebla… Pulso desigual. En realidad antinatura. La trascendencia de una feria de primera categoría, dura por naturaleza, con un lugar privilegiado y decisivo en el calendario, tanto que muchas temporadas regulares -o malas incluso- de figuras y menos figuras se arreglaron y se arreglarán mientras el toreo tenga un hilo de vida en Zaragoza, la sitúa por encima de cualquier comparación de este tipo.