La revolera

La monotonía mata al toreo

Paco Mora
lunes 13 de agosto de 2018

Ante la monotonía en que de manera acelerada está cayendo la Fiesta, cada día que pasa entiendo mejor a mi paisano Dámaso González. Tristemente desaparecido cuando todavía tenía muchas cosas que enseñar a las nuevas generaciones de toreros. Recuerdo la última conversación que tuvimos en la cafetería del Gran Hotel de Albacete. “Una cosa es acompañar y otra muy distinta torear”, me dijo. Y me lo explicó con aquella naturalidad suya mientras te taladraba con sus ojos grandes en los que cabía todo el mundo del toreo y sus secretos.

Él mantenía que acompañar, que es esperar al toro y correrle la mano hasta donde él quiera, no tiene el valor que engancharlo, aunque sea a regañadientes, y llevarlo donde el torero quiera, para allí mismo volverlo a enganchar e imantado a la muleta endilgarle series de seis u ocho muletazos. “Ahí sí que brama la gente y entonces tú te sientes torero de verdad”, afirmaba, apostillando: “Balancear la muleta y hacerla volar en cada pase no levanta al público de sus asientos, pero conducir las embestidas de un toro fuerte, con fiereza y su punto de peligro, hasta meterlo en la canasta, ¡eso es torear!” Dámaso repetía cuando se encontraba entre gente de su confianza: “La monotonía es la muerte del toreo”.

Viendo los pupilos de Salvador Domecq en San Sebastián he recordado aquellas cosas que decía Dámaso, cuando se sentía a gusto y comprendido por quienes le escuchaban, y no tengo por menos que reconocer que las suyas eran palabras de un sabio del toreo que llevaba la verdad de lo que es torear en el alma. La monotonía marcada por la rara bravura y nula calidad de los de Salvador Domecq ha impedido que veamos en toda su dimensión a Ferrera, Castella y Marín, aunque éste se me antoja que, no siendo un mal torero, se está acostumbrando demasiado a hacer eso que a Dámaso le gustaba tan poco: “acompañar” y eso, como a mi amigo albaceteño, a mí me aburre soberanamente.

El día anterior, en Illumbe, los tendidos parecían un escarceo de hormigas, una aquí, otra allá y otra acullá, y hoy tres cuartos de lo mismo. La gente no entra en algunas plazas de toros ni a empujones. Se me antoja que no lo harían ni gratis. Y yo no me alegro… ¡Cómo había de alegrarme! Pero es que la monotonía es el enemigo número uno del toreo. ¡Mi alma por cien gramos de emoción de verdad en las plazas de toros! ¿Es que no se dan cuenta señores empresarios y demás mandamases de la organización del toreo como espectáculo, que, o se remontan la casta, la fuerza y el empuje de la ganadería brava española o la Fiesta se va al carajo?… Y los toreros acabaran haciendo pantomimas en las plazas públicas, vestidos de luces, teniendo como adversario un niño embistiendo con un toro de cartón.

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