INVIERNOS DE CAMPO (III)

Maestros en El Beato

José Luis Benlloch
martes 07 de marzo de 2023
Son días de tienta a tiro de piedra de Madrid, no se puede pedir más comodidad ni más lujo ganadero, hospitalidad y bravura, simiente de Daniel Ruiz y Garcigrande que a día de hoy son palabras mayores, en realidad nombres de feria que es justo donde va llegando paso a paso, temporada a temporada, la divisa de Zacarías

La cita en El Beato tiene todo el encanto del toreo de invierno. Chimenea, pelliza, frío, el contador a cero, las ilusiones intactas, los móviles de los mentores a mano ¿sonará, no sonará?… es el tiempo en el que los despachos echan humo, ¡que suene, por favor! aunque no se reconozca es desazón general ¡que suene ya! Si no llaman tienes que llamar y entonces todo vale menos. Es una ley del trato, así que a esperar que suene. Viajando desde Valencia la primera gran referencia torera es Chinchón con su festival -Marcial, Aparicio el grande y años después el chico, esencia Madrid en ambos casos, aquel toro de Alcurrucén en el San Isidro de 1994 para consagrar un torero al que hasta entonces llamábamos Julito y pasó a tener sitio en la lista de las faenas legendarias; también Vidrié y finalmente Zacarías…, todos ellos llevando de la mano la obra que crease Frascuelo allá por 1871, siempre con la bandera de la solidaridad y apoyo a los necesitados- y seguidamente Colmenar de Oreja, en este caso con los Ordóñez nada menos, Cayetano, Juan, el gran Antonio, Pepe, Alfonso… de la mano del Niño de la Palma y los Bienvenida, con el Papa Negro al frente de sus vástagos, en festivales legendarios. Ambos, Chinchón y Colmenar, son las grandes referencias toreras de la zona, poco menos que el Gotha del Cossío en las tierras del Tajuña, y ahora añádanle la finca El Beato, los predios de Zacarías Moreno por donde pasan cada invierno lo más florido del escalafón y aluviones de chicos que sueñan con la fortuna, la de ser figuras, y con la otra, la contante y sonante, dos fines que habitualmente van de la mano.

La ley de un artista (Curro Vázquez) más que presión comprensión

Son días de tienta a tiro de piedra de Madrid, no se puede pedir más comodidad ni más lujo ganadero, hospitalidad y bravura, simiente de Daniel Ruiz y Garcigrande que a día de hoy son palabras mayores, en realidad nombres de feria que es justo donde va llegando paso a paso, temporada a temporada, la divisa de Zacarías, que los cría en la serrana Dehesa del Quejigal, a la vera de Guadalix, y los tienta en El Beato. La cita es una mañana fría, de escarcha y esperanza, Valdemorillo, Olivenza, Castellón y Valencia como metas volantes inmediatas; como anfitriones el propio Zacarías y sus hijas Elena y Conchi. Un gustazo ver gente joven conquistada por el toro más allá de la satisfacción añadida de ver la incorporación de la mujer a un mundo etiquetado de machista, con motivos hay que reconocerlo, aunque ganaderas de postín ya las ha habido en la historia comenzando por la viuda de Concha y Sierra nada menos, de la que se cuenta que Belmonte se destocaba cuando pasaba por delante de la casa familiar en Sevilla y a la que se ligaba sentimentalmente con el Espartero (el de los bemoles) en una bonita leyenda de la época. En las paredes del palco de El Beato, amplio pensando en la hospitalidad del ganadero, lucen las cabezas de Finito y Mocito, los últimos triunfos de la casa, toros que dan moral para seguir en la locura de criarlos bravos y nobles, la cuadratura del círculo en cuya conquista tantas cabezas (y carteras) han estallado.

La cita es una mañana de febrero (sol y frío) con dos matadores de feria, Cayetano y Ginés Marín, y si sumamos el apoderado, Curro Vázquez, tres matadores de feria, tres. Discreción entre barreras en el rubio de Linares, firmeza en los despachos, cultura y educación en su acervo personal (el Pipo, los Dominguines, los Bienvenida… en su formación) y el recuerdo en carne propia de un torero de seda y lealtad a sus principios al que más que atacarle o insistirle en la plaza había que darle comprensión. Justo la receta que aplica ahora entre barreras. Tengo la sensación de que Curro y sus toreros se entienden con la mirada, un gesto, un mohín, si no hay pregunta no hay respuesta y siempre desde la mayor discreción, ni una sola voz y en todo caso se espera a que se acabe la lidia. A Curro en su faceta de campero lo conocí en sus años de juventud en las ganaderías de Jaén, su tierra que también es un poco mía, en donde daba lecciones de torería y mesura. Todos los aficionados (capas se les llamaba entonces) suspiraban/suspirábamos por un tentadero donde acudiese Curro, por el deleite de verle y porque toreaban todos, quince, veinte pases, buenos eso sí y ¡venga un aficionao! Nada que ver con los tiempos actuales en los que los maestros apuran las vacas hasta la propia extenuación de las vacas e incluso de los presentes. Ni un pase dejan.

Zacarías los quiere bravos y nobles, la cuadratura del círculo en cuya conquista tantas cabezas (y carteras) han estallado

Las vísperas de la temporada las preguntas de los aficionados siempre fueron en la misma dirección, cómo estará este o aquel o cómo vendrán, qué habrá hecho en invierno, se referían a América cuando las tournés por América eran de todo el invierno no como ahora que van y vienen como si un sevillano se fuese a Salamanca el siglo pasado. América podía ser una ruina (más de una figura se volvió por piernas) o tener efectos terapéuticos. Un año Capea regresó de Méjico con el temple bajo el brazo, de tal forma que se dijo que era otro torero y elevó su tauromaquia a la gloria; a otros les pasó lo contrario, que les costaba un mundo volver a ponerse en modo toro español. Los toreros siempre fueron un misterio en sus ánimos.

Por todo ello, llegado esta época, en las tertulias y sobremesas, en las casas donde todavía se encienden las chimeneas, se habla con frecuencia, son temas recurrentes, de lo que se barrunta, del invierno que está pasando este o aquel o si el otro (no quiero dar nombres) está para atacar o para contenerse. En El Beato se comprobó que el momento de Cayetano es de ataque total. Eso se siente en los hábitos, en los horarios, en la misma pasión con la que te cuenta… “Mi devoción es el toreo”, comentaba por si alguno tenía dudas en hombre tan poliédrico. Por muchas primeras páginas, por mucho cuché que le reclame o le implique, por muchas disciplinas que le despierten la curiosidad, lo último el pilotaje de aviones, insiste: “Yo me siento torero por encima de todo”. A propósito, ¿qué sería el toreo sin tertulias?…

Más que flaco enjuto, moreno sierra y enfibrado, anunciado en las primeras corridas del año y en un manojo de festivales, feliz y centrado con la profesión. Unas veces más Paquirri, otras más Ordóñez según el ambiente y según reacciona el cuerpo, explicaba. Ese día en El Beato, en la segunda vaca del tentadero, le tocó Paquirri y le salió toreando de rodillas, cabe resaltar lo de toreando, con unos resultados la mar de emotivos y el toreo, puro axioma, es emoción o no es toreo.

La mujer en el toreo no es nueva: cuando Belmonte se destocaba al pasar frente a la casa de Concha y Sierra

Ginés Marín no quiso quedarse atrás en su turno. Para otra postura se hubiese quedado en casa. Botos de buena ternera perfectamente lustrados, calzona corta, un chalequillo de punto y las mangas de la camisa remangadas… todos los detalles cuentan. Cabeza despejada ante las becerras, solvencia, ni una duda, buen gusto, en una y en otra, Camino, don Francisco, en el recuerdo… y cuando le pregunto por la espada, la mejor espada del momento me muestra su preocupación ante el halago general: “No lo digamos mucho que en esto no es difícil perderle el sitio y entonces…”. Tiene razón, pero ya es mucho el tiempo que lleva como as de espadas para andarse con esas precauciones.

Rematamos tentadero y tertulia, cada cual tiró para su casa, aunque Curro, goloso como su toreo, decidió pasar antes por la confitería de Morata, a comprar palmeritas con el mismo arte que el Camborio de Lorca iba a Sevilla a ver los toros. Pues ya saben cuando pasen por Morata… a por palmeritas.

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