La Pincelada del Director, por José Luis Benlloch

Manzanares, en el recuerdo

José Luis Benlloch
martes 31 de octubre de 2017

Ahora se han cumplido tres años desde que se fue sin irse, por eso me apetecía desempolvar su figura, su tauromaquia, su educación taurina, aquella que le transmitió su padre, su curiosidad por la vida, su punto de bohemia, su orgullo de torero, también sus descuidos, que los tenía… deben servir como referente. El calendario nos ha revuelto los sentimientos. Tres años se cumplen desde que el maestro Manzanares se fue. En realidad se fue sin irse, así que apenas remueves, basta una hoja de calendario, una foto del archivo, una noticia… salta la chispa de la nostalgia y surge su magia, su figura, su toreo, sus hazañas… No puede extrañar, es lo justo. Él representó, representa para quienes le disfrutamos, una manera única de sentir y hacer sentir el toreo. De tal manera que todo lo que sea apartarse de esa línea, dicho con el máximo respeto a las geometrías del toreo actual, al póngase aquí, allá, por detrás, por delante, ¡uy, ay!…, es apartarse del mejor toreo. El suyo, habría que decir el toreo, fue fiel a la norma del más puro clasicismo. Naturalmente, primera condición, no era un toreo de troquel. Ingredientes propios de la cultura mediterránea, que tanto le marcaba a través de su Alicante natal, le añadían singularidad, era su toque diferenciador. Luz mediterránea, claridad estética, simplificación en su geometría frente al barroquismo de los artistas andaluces o la firmeza castellana, eso y la eficacia de una técnica que apenas dejaba que se apreciase -no le gustaban las aristas- fueron su aportación al arte de torear, los argumentos que le propiciaron un espacio propio entre los más grandes. Él fue el eslabón que puso continuidad en el tiempo a una secuencia estilística clave en la evolución del TOREO, sí, con mayúsculas, del TOREO contemporáneo: cada uno con sus matices, Ordóñez, Camino, Manzanares…

Fue el eslabón que puso continuidad en el tiempo a una secuencia estilística clave en la evolución del TOREO contemporáneo: cada uno con sus matices, Ordóñez, Camino, Manzanares…

La importancia de su toreo se sintió desde el primer día que debutó en Andújar. De allí volvieron todos locos, contando las maravillas que le habían visto al chico de Manzanares, banderillero y portuario para sacar adelante a la familia. Desde entonces ya fue todo un sin parar. La competencia con José Luis Galloso; su irrupción triunfal en Las Ventas de Madrid; su alternativa posterior, Luis Miguel y Viti nada menos; su papel de artista si se me permite la simplificación, en medio de una generación de toreros de mucho poder, Paquirri, Dámaso, Capea…; sus chocazos con la prensa; sus leyendas urbanas que ponían en duda su espíritu de sacrificio que aunque pretendía aparentar que no le tocaban sí acusaba y trataba de responder en silencio, trabajando, hasta forjarse como uno de los toreros con más horas de entrenamiento y profesionalidad que se recuerdan, escribí en su momento. Se divertía como nadie y entrenaba como él sólo era capaz de hacerlo, de tal manera que los trebejos de torear acabaron siendo desde muy pronto una continuidad de su propio cuerpo, obedientes a sus guiños y a sus leves insinuaciones. Un aleteo, un toque apenas imperceptible, un giro de muñeca, el acompañamiento de su cintura… eran órdenes irrefutables para el toro, luego el pecho por delante añadía verdad, su relajo delataba valor… Y al final de todo, su orgullo de padre de torero, exigente pero muy satisfecho, fundadamente satisfecho. Ese era, es, Manzanares el Grande.

Luz mediterránea, claridad estética, simplificación en su geometría frente al barroquismo de los artistas andaluces… y la eficacia de una técnica que apenas dejaba ver fueron su aportación al arte de torear

Escribiendo todo esto se me vienen al recuerdo tardes imborrables como la del toro Clarín de Manolo González, del que conservo imágenes cuyo sabor mejora con el tiempo de la videoteca. Sucedió justo el día siguiente de la inolvidable Corrida de la Prensa de Valencia de 1978 de la que Josemari no salió bien parado, él a pie y sus compañeros, Capea y Dámaso, en volandas en una tarde de pasiones desatadas. Salió directamente hacía Madrid con aquel sinsabor corroyéndole sus entrañas de torero. Al día siguiente, caprichos del destino, alternaba con Capea en pleno San Isidro, así que apenas tuvo ocasión se echó el capote a la espalda para que se enterase el propio Capea y el mundo entero quién era Manzanares. Le cortó dos orejas al toro colorado del que años después sería su apoderado y amigo. Abrió la puerta grande y nos puso en paz con el arte a todos cuantos manzanaristas éramos en el mundo, que por aquel entonces, como suele ocurrir en la plenitud de los toreros, eran menos de los que pasados los años se subieron a su carro triunfal. Años después llegaría la del toro Fulanillo del mismo Manolo González, también en Madrid cuando parecía que aquel romance con la capital se había marchitado definitivamente y la oposición era más dura que nunca. Quedaba claro que los caminos del sentimiento son impredecibles e inescrutables.

Su tauromaquia, su educación taurina, su curiosidad por la vida, su punto de bohemia, su orgullo de torero, también sus descuidos, que los tenía… deben servir como referente

No fue un torero de los que ahora se dice de gran regularidad. Eso hubiese ido contra la misma naturaleza de su toreo, pero la lista de faenas grandiosas y tardes memorables es interminable. Son decenas y decenas las que quedan en el recuerdo, la del toro Perezoso de Torrestrella en Sevilla, el año 1985, que inspiró las bulerías de su amigo El Turronero Ole tu mare, ole tu mare, qué despacito torea Josemari Manzanares… la del toro de Rojas en Málaga, la que le cuajó al victorino de Logroño, el de Ramón Sánchez en Belmonte, la del miura de Valencia que supuso un golpe de audacia definitivo que le devolvió la vigencia que había perdido en aquel momento; las dos célebres tardes de Ronda en las que indultó a Peleón y a Piano, dos toros de Guardiola, un villamarta y un pedrajas, que se ganaron junto al maestro un lugar en el olimpo de la bravura, la tarde de los cuadris en Valencia… Esas son las primeras que me vienen a la cabeza pero hubo tantas…

Ahora se han cumplido tres años desde que se fue sin irse, por eso me apetecía desempolvar su figura y recuperar algunas de las ideas que escribí en Aplausos aquel fatídico día del adiós. Su tauromaquia, su educación taurina, aquella que le transmitió su padre, su curiosidad por la vida, su punto de bohemia, su orgullo de torero, también sus descuidos, que los tenía… deben servir como referente y mostrarse en las escuelas, no para que le copien, sería pedir un imposible, sólo para que se sepa que un día, en realidad durante cuarenta años, hubo un torero que toreaba con el alma, sin esfuerzo, despacito, muy despacito, con miel en las muñecas, aquel que daba los pases de pecho que nunca acababan, lo mismo que su historia.

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