La Revolera

Hoy sí, don Adolfo

Paco Mora
domingo 05 de octubre de 2014
El citado ganadero ha cerrado la Feria de Otoño de Madrid con un encierro verdaderamente interesante. Con sus lunares -¿qué ganadería no los tiene?- pero con esa emoción que deben tener los toros bravos.

Lo cortés no quita lo valiente. Lo mismo que le he dado más que a una estera a las corridas infumables de Adolfo Martín, no me duelen prendas para afirmar que el citado ganadero ha cerrado la Feria de Otoño de Madrid con un encierro verdaderamente interesante. Con sus lunares -¿qué ganadería no los tiene?- pero con esa emoción que deben tener los toros bravos para que la Fiesta no caiga en picado presa de una cursilería manierista propiciada por el torito que, como “el conejo de Duracell”, dura y dura sin casta ni alegría hasta que se le acaban las pilas, y que solo provoca aburrimiento y sueño en los tendidos. Y no digamos ante el televisor.

La crónica con el desarrollo de la corrida la tienen aquí al lado. Lo mío es una opinión, una travesura pseudoliteraria si quieren, pero no puedo guardarme entre pecho y espalda la sensación de haber visto a un pedazo de torero que se llama Diego Urdiales, que ha hecho arte puro de muchos quilates ante un toro de Adolfo, de esos con los que, como con todos los de ese hierro, hay que estar con cien ojos, en máxima tensión y sin dudarles ni dejarles ver otra cosa que la muleta, porque dejarse ver un solo instante suele tener un precio de sangre y enfermería. Y hacer arte así tiene mucho mérito. ¡Qué injusticia que este torero, Urdiales digo, haya toreado esta temporada solo diez corridas de toros (10) y a nadie se le caiga la cara de vergüenza!

Serafín Marín se pegó un arrimón ante un toro que exigía una puesta a punto más intensa que la que dan la escasa cantidad de corridas que ha toreado el “catalán errante”, desde que los políticos ramplones y mangoletos decidieron acabar con el toreo en Cataluña. Pero hizo el esfuerzo y tuvo premio. A Uceda Leal no le favoreció la suerte.

Y acabo por donde empecé, con los toros de Adolfo. Serán feos de cara y no están acaballados ni regordíos, pero qué guapos se ponen cuando embisten. Al fin y al cabo el sobrino de Victorino no los cría para presentarlos en un concurso de belleza.

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