La Revolera

El último romántico del toreo

Paco Mora
viernes 03 de junio de 2016

Como al Piyayo, a chufla lo tomaba la gente y a mí me causaba un respeto imponente. Pobre en verónicas y naturales pero rico en anécdotas, era un personaje único e irrepetible…

El Pana ha muerto. Como al Piyayo, a chufla lo tomaba la gente y a mí me causaba un respeto imponente. Pobre en verónicas y naturales pero rico en anécdotas, era un personaje único e irrepetible. Tuvo una vida dura, difícil y tormentosa al margen de los ruedos, vida que ha encontrado su “the end” vestido de luces. Su gran coleta natural teñida del gris de los años, y su enorme puro con el que incluso hacia el paseíllo, así como su sarape mexicano por capote de paseo, eran las señas externas de su excéntrica personalidad.

Lo vi torear una sola vez partiendo plaza en el Palacio de Vistalegre de Madrid con Morante de la Puebla, con el que llegó tarde y en calesa. Hizo sus cosas y a nadie dejo indiferente. Era pieza única y había que verlo aunque fuera solo una vez. Para poder contarlo. Ahora ha muerto víctima de una voltereta que le destrozó la columna vertebral, al recibir un toro con el capote. En su México lindo, aquel en el que como Jorge Negrete quería exhalar su último suspiro: “México lindo y querido, si muero lejos de ti/ que digan que estoy dormido y que me traigan aquí”.

Su par de Calafia, un extraño arabesco banderillero, que era una de “sus cosas”, así como su brindis en los micrófonos del mexicano Canal de las Estrellas dedicado a las sulipandas, bujarras, descuideras y demás gente del trueno que alegraron sus días y calentaron sus noches, le hicieron famoso y especial. A chufla lo toma lo gente, y a mí me causa una pena imponente. El Pana ha muerto, con él se marcha el último romántico del toreo. Ni mejor ni peor que nadie… Distinto.

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