El dios del primer fin de semana de septiembre en Bayona es un anticiclón. Veintidós grados al sol, viento en calma, preludio del dulce otoño del Pirineo atlántico. País y paisaje privilegiados, una bellísima ciudad, una trémula corriente marina, suaves temperaturas, un sol que ilumina pero no calienta. La temperatura ideal para dar a las cinco y media de la tarde una corrida de toros. O dos. Y hasta tres en días de vino y rosas ya idos pero no olvidados. Fue antes de que la burbuja de la Francia taurina amenazara con agrietarse. Sin llegar a reventar.
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