La Pincelada del Director

La nueva etiqueta de los garcigrandes

A lo mejor sin querer y sin esperarlo se le ha hecho justicia a uno de los mejores ganaderos de estos tiempos. No es que sean alimañas, quite usted, es que hay que saber torearles. Simplemente
José Luis Benlloch
martes 25 de febrero de 2020

A la espera de las ferias las obligaciones (en realidad devociones) me han llevado a dar una vuelta por el campo. Está bonito, dicen los urbanitas. Tienen razón, está bonito, pero tan duro como siempre o más. El campo, que en el toreo son las ganaderías y sus hombres, han sido los grandes paganos (de pagar) de todas las desatenciones, atropellos y desconocimiento de las administraciones. También de la dirigencia taurina. En la historia han mandado los toreros y los empresarios en alternancia, un tuya-mía dependiendo del momento, ora el fenómeno, ora el gran empresario que acumulaba plazas, pero que mandase un ganadero nunca pasó, con la excepción, muy personal, de Victorino Martín, cuando el simple anuncio de sus toros llenaba la plaza. El resultado es que se puso en dinero, que incluso puso en dinero a otros colegas, pero no digo yo que mandase más allá de sus días. Esa postura de exigencia y mando que parece cosa lógica nunca se volvió a repetir en los tiempos modernos, ningún colega suyo tuvo valor (ni seguramente posibilidad) de hacerlo seguir y por el contrario han sido ellos los que han cargado con la crisis, con los caprichos de las figuras y hasta con las críticas y la incomprensión general si las cosas no salen cuando en realidad ha sido el sector que más mejoras ha logrado. Salir de aquellos tiempos en los que el simple hecho de que una corrida no se cayese parecía imposible, subirlos al nivel de presentación actual, lograr que embistan tan humillados y tanto, merece el mayor de los reconocimientos.

A lo mejor sin querer y sin esperarlo se le ha hecho justicia a uno de los mejores ganaderos de estos tiempos. No es que sean alimañas, quite usted, es que hay que saber torearles. Simplemente

En este periplo he estado en casa de Victorino, donde toda la familia, padre e hijas, anda empeñada no solo en conservar el legado del genio sino en emularle recuperando a los urcolas, galaches y vegasvillar como se recuperó a los albaserradas, tarea que no es nada fácil y exige paciencia, tiempo y dinero, pero si el jefe hizo un cesto ¡y vaya cesto! por qué no hay que intentar hacer otro. Es una forma de corresponder a aquel éxito. Y pasé por Garcigrande, la divisa que ha protagonizado la penúltima y curiosa movida en los despachos. Entre que la quiere Roca y que no la quiere Aguado; entre que nadie se acuerda de que ha sido una de las ganaderías que más éxitos ha alcanzado en la Maestranza en los últimos años o la que más; en que se obvia, es habitual, el derecho del empresario a organizar su negocio según su criterio, se llega a situaciones tan absurdas como la de cuestionar los garcigrandes el Domingo de Resurrección o la de, por fin, como conclusión de las desavenencias toreras, ponerle la etiqueta de ganadería encastada o interesante o complicada o nada torerista en lo que supone un lavado de imagen radical y digno de agradecer. A lo mejor sin querer y sin esperarlo se le ha hecho justicia a uno de los mejores ganaderos de estos tiempos. No es que sean alimañas, quite usted, es que hay que saber torearles. Simplemente. Por cierto, en una casa y en otra, en lo de Victorino y en lo de Garcigrande, las camadas tienen presentación y hechuras para seguir siendo lo que son.

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