El toreo sólo tenía ojos para Madrid. Ni siquiera la climatología parecía admitir más ferias que la del santo labrador y la armó en Nimes. Se puso a jarrear y… a tomar viento las buenas perspectivas e incrementos de público que había anunciado Simón. El toreo no admite profecías. De poco no se quedaron sin toros por Pentecostés. Otras ferias de menos rango como la de Osuna, con perdón, se celebraban en la clandestinidad mediática por mucho que el mismísimo Padilla, en su insistencia en travestirse artísticamente, volviese a hacer el toreo de calidad hasta el mismo indulto de un buen gavira.