Ponce indulta en Murcia a “Bienvenido”, de Jandilla

Sucedió el 14 de septiembre de 1992. Aquel día, la bravura de “Bienvenido” se ganó el derecho a la vida en el que fue el primer indulto del nuevo Reglamento, estrenado el fatídico primero de mayo de aquel mismo año. La faena de Ponce al jandilla fue histórica. Así lo narro Vicente Sobrino en Diario 16.

“Bienvenido, negro zaíno, de 515 kilos, marcado con el número 79, de la ganadería de Jandilla: el toro; Enrique Ponce, veintiún años, nacido en la localidad valenciana de Chiva: el torero. Ambos fueron ayer tarde los protagonistas de una tarde histórica en el centenario coso murciano de La Condomina”.

Así arrancaba la crónica del citado periódico, que proseguía: “El tal “Bienvenido”, bien presentado, de los mejores de una desigual corrida de Jandilla, acudió una vez al caballo para recibir un formidable puyazo de Antonio Saavedra. El toro se cogió al caballo por la parte delantera y lo levantó a considerable altura. Así, casi con el caballo sostenido con las patas traseras y formidablemente aguantado por Saavedra, se llevó a jinete y montura fuera del tercio. Sólo un puyazo, pero un gran puyazo y tomado con excepcional bravura. En banderillas tuvo alegría, arrancándose de largo al mínimo gesto del banderillero de turno. También, en este tercio brilló el joven Antonio Tejero en dos pares”.

Sobrino seguía narrando: “El toro, con mucho aire en la muleta, repetidor y muy largo en la embestida, se iba lejos del engaño cada vez que Ponce vaciaba el muletazo. Toda la faena en el centro del ruedo. Entre el torero y el toro se mezcló una fuerza y consistencia que hizo de cada reunión una vibrante escena. Labor fundamentada sobre la mano derecha, con la inspiración del torero en las trincherillas llevadas a cabo siempre con la izquierda o en los cambios de mano. Tras cada serie, los remates con los de pecho tenían dos variedades: o a la hombrera contraria -todos ellos muy hondos-, o en línea recta con el desahogo final de la embestida de “Bienvenido” que, impresionantemente, elevaba cuartos delanteros y cabeza para seguir el vuelo de la pañosa”.

“Sólo una serie con la izquierda con tres naturales -añade-, muy metido el hocico del toro en el estaquillador de la muleta. De inmediato, la muleta de nuevo a la derecha. El toro en continua codicia y con mayor fijeza si cabe, se rompía de bravo en los muletazos de la firma o en algunos del desprecio que también dio Ponce. De pronto, el público, que no cesaba de corear ¡torero, torero!, comenzó a agitar pañuelos blancos y a solicitar el indulto del bravísimo animal. Enrique que miró al palco; el presidente dubitativo. En el callejón también se pedía el perdón. Cuando el presidente asomó el pañuelo naranja, la plaza estalló”.

El cronista concluye diciendo: “Con el toro ya perdonado, Enrique comenzó a torear de nuevo. El toro seguía incansable y hasta terminó crecido y desafiante; el torero, también. Casi veinte minutos de faena, rubricados por una entrada a matar simulada; perfilado Ponce, se tiró sobre el morrillo para deslizar suavemente la mano por lo alto del lomo de “Bienvenido”. La gente despidió al toro con un unánime flamear de pañuelos cuando los mansos se lo llevaron a los corrales”.

Al final el valenciano salió a hombros con César Rincón -compañero junto a Emilio Muñoz aquella tarde- y Borja Domecq, ganadero de Jandilla.

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