El fin de semana lo eché entre naranjos, entre Algemesí y Alqueríes. Y no lo eché en vano. Hubo toros, toreros, hospitalidad y buena manduca, complementos obligados en la mejor tauromaquia. Este territorio es cuna de buenos aficionados, gente sana que hacen de la corrida una fiesta, cada uno es como es y en este caso reniegan de la acritud y tienen pedigrí de artistas, son sensibles al arte, al baile, al oboe, al clarinete, al arpa, al toreo al natural y al toreo de arrestos, al toro en la calle y al toro en la plaza, les gusta lo propio y tienen/tenemos además orgullo histórico como españoles: aunque no se valore, esta es la tierra de los petrodólares de los cincuenta quiero decir de los citridolares, citrimarcos, citrilibras…, aquellas divisas que sacaron a España de la miseria cuando se ahogaba en la resaca de la guerra, lo digo contra la mala memoria ahora que tanto gusta señalar a la Comunidad por las maldades de la clase recaudadora del momento -¿o tenía que haber dicho cierta clase política sin olvidar que en todas partes cuecen habas?-, aunque seguramente no tenía que haber dicho ni una cosa ni otra en esta columna pero dicho está- el caso es que esta semana le di gusto al cuerpo y al alma de aficionado entre festivales y novilladas en el corazón de mi tierra.