BENLLOCH EN LAS PROVINCIAS

Toros y linces contra el ecologismo de salón

José Luis Benlloch
lunes 22 de abril de 2024
El Castañar, la finca donde pastan los mayaldes, es un paraíso sostenible donde se rescató el lince ibérico en convivencia con el toro bravo

Una primavera de las que no se recuerdan tiñe de verde vida los campos de la España rural y El Castañar no es una excepción. Son siete mil hectáreas a la vera de los Montes de Toledo donde sus gestores hacen compatible riqueza, ecologismo, belleza y paz. El espectáculo no se hace esperar, a nuestra llegada, una pareja de milanos reales libra acrobática pelea en los cielos sin que se vislumbre un ganador ni mucho menos el fin. Ninguno se rinde. Es por razones territoriales, me apuntan. La dura lid cautiva las miradas de todos y te hacen detener el auto: ¡para, mira, para! A cada pirueta o recorte los rayos del sol les arrancan a sus plumas unos reflejos rojizos que te hechizan. Desde lo más alto de una encina monumental un águila imperial contempla impasible la escena. Ni se inmuta, está en otro rango. Es joven, me apuntan, el plumaje blanco pajizo le delata. Más allá otra y otra… “aquella es distinta, aquella es real”, me sigue aleccionando mi amigo Rafael, un sabio de vuelta de los ditirambos sociales que hace posible a diario, año tras año, el milagro de la biodiversidad más rica, en la que, me recuerda, la vida y la muerte mantienen un pulso constante e imprescindible, es el equilibrio. No hay vida sin muerte, le apunto prudente y asiente: “Para vivir unos…” eso.

No bastan las ocurrencias, el ecologismo hay que trabajarlo, atenderlo, invertir… y además quererle, a los animales, claro

La fauna de El Castañar va mucho más allá de aquel espectáculo aéreo, a tal punto que se le puede considerar a mucho orgullo la finca nodriza o milagro, sí, se puede decir así, por cuanto bajo el mecenazgo de sus propietarios se inició la recuperación del lince ibérico en España. Todo un éxito que rescató al felino de la desaparición absoluta a la que estaba avocado. En la actualidad siete parejas, todo un logro, crecen y montean, se reproducen en sus lindes, se van y vuelven según delatan los GPS que les han implantado y las cámaras de fototrampeo que se han instalado en lugares estratégicos. Se trata de una acción con final feliz en un universo en el que el argumento principal es la cría del toro bravo a la vez que una agricultura sostenible y respetuosa con el medio ambiente, que ha supuesto el reencuentro de dos de las especies más nuestras a las que la nueva cultura les fue obviando cuando no condenando.

Lo que para un profano la proliferación de conejos que saltan a decenas, mejor a centenares, delante del coche se podría considerar una plaga, es el inicio del milagro de la rica biodiversidad de El Castañar. Se alimentan de la siembra y a su vez sirven de alimento a los linces y a las rapaces que caen sobre ellos con la precisión de un misil, o será la de un dron, aunque las hay que más que cazar, me ilustra Rafael, prefieren carroñear, es más cómodo y nada que no sea posible en El Castañar, donde después de varios años de fracaso agrícola total en los que las siembras ni se cosechaban por falta de lluvias, este, la avena, el centeno, el trigo y los forrajes crecen con un vigor apabullante que facilita el ciclo vital.

LOS TOROS DEL CONDE

El objetivo del viaje era fotografiar los toros del Conde -en estos momentos en los carteles de feria no hay más conde que el de Mayalde- que se lidiarán en una de las tardes estrella de San Isidro. Valía la pena. En los cercados de El Castañar se mima a una docena de toros de una imponente hermosura, generosas arboladuras y variedad de capas que han conseguido el difícil objetivo de gustar a todas las partes interesadas. Exhiben todos los pelos posibles, el negro, el colorado y el blanco, combinados de las formas y proporciones más caprichosas, para dar lugar al castaño, al simplemente colorao, al sardo, al zaíno, al burraco… en realidad no hay ninguno igual. Están destinados a ser coprotagonistas, en realidad indispensables protagonistas en una de las tardes de mayor atracción de la feria taurina de San Isidro. Meses antes de la cita se han agotado las veinticinco mil localidades del coso madrileño. Vendrán espectadores de todo el mundo. El cartel lo componen Roca Rey, que, conociendo los movimientos y jerarquías del entramado taurino, es quien los ha elegido y da rango de acontecimiento mayor al festejo. Un honor para el criador, Rafael Finat y Escrivá de Romaní, el último Conde de Mayalde, que ha llevado a la divisa que crease su abuelo a lo más alto de su trayectoria. La terna la completan Cayetano y el joven almeriense Jorge Martínez, que confirmará la alternativa.

Al encuentro de los toros de Madrid dos milanos reales libraban acrobática pelea territorial

La torada ha acogido nuestra presencia con solemne indiferencia en una especie de pacto que hay que entender, no les molestas no te molestan, no les pisas su territorio y ellos respetan el tuyo. Cada cual en su sitio, es el mensaje que se desprende de ese diálogo sordo que se ha entablado desde que hemos llegado. Y desde luego, se recomienda a los advenedizos que siempre hay que dejarles salidas, por si acaso no aceptan tu presencia, un por si acaso siempre amenazante. Romper ese equilibrio es jugarte cuanto menos la chapa del cuatro por cuatro con el que llegaste o la Nikon con la que pretendes inmortalizarlos y desde luego si solo hay suerte, te pueden llevar las pulsaciones a mil.

Tres de los toros que se lidiarán en la próxima Feria de San Isidro.

La corrida de Madrid impacta. Es baja, cuestión que tanto atrae a los toreros de hoy día y seria a la vez, impone. Una decena de ellos son cuatreños, el resto tienen los cinco años cumplidos, se trata de dos toros negros que tienen cercado aparte para evitar peleas, se entiende que generacionales, son el 33 y el 25. El primero se muestra tranquilo, el otro en permanente alerta; dos cuestiones que ofrece información sobre su futuro comportamiento en la plaza, aunque en realidad eso nunca se sabe. La interpretación más frecuente es que la tranquilidad es señal de confianza y nobleza, mientras que una actitud inquieta advierte desconfianza y a la postre cierta cobardía. Un toro arrancándose en los corrales por mucho que atraiga el interés de los aficionados, es mosqueante, quiero el tranquilo.

En cuanto a comportamiento y hechuras se puede asegurar que los toros del Conde son una singularidad dentro del encaste Domecq, como si los hubiese customizado en sucesivos cruces, fruto de la alquimia ganadera. En realidad, son Domecq por la vía del viejo Juan Pedro, El Ventorillo y Victoriano del Río con unos goterones residuales de sangre contreras que les aporta viveza y personalidad.

La vacada se compone de unas ciento ochenta vacas de vientre con mayoría de pelos colorados, distribuidas en diversos cercados, algunos de los cuales tienen una extensión de decenas de hectáreas, que les ofrecen pasto de sobra como se aprecia en las riñonadas bien cubiertas y en el lustre de los pelos propios y los de las rastras.

LECCIÓN ANIMALISTA

El toro, guardián de la naturaleza. La viabiliza económicamente y la protege de intrusos. El toro, como centinela, por tanto. La frase resume una de las grandes realidades ante el manoseado ecologismo de nuestro país por mucho que pueda dolerles, que les duele, a los animalistas de salón que habitan (y mandan) desde las urbes. Más aún, la crianza del toro en expansivo tapa muchas vergüenzas de los ecologistas oficiales de moqueta y presupuesto ajeno. Hay cifras: 500.000 hectáreas en España, Portugal y Francia de ecosistemas de alto valor natural, sostenidas por los ganaderos de bravo que en manos de la administración pública más allá de los costes que supondría al erario público, quién sabe cómo acabarían. Y hay más razones objetivas, el bravo que existe gracias a la corrida es la raza con menos cabezas por hectárea de Europa y por ende la raza más ecológica y que más cuida el medio ambiente, solo 4 hectáreas por vaca nodriza a cambio de generar 13.000 empleos en el medio rural, que ayudan a contener la desertización humana. Son ejemplos que hacen la diferencia entre el realismo ecologista y el postureo, incluido el de buena intención, entre la ceguera y el realismo. Y desde luego advierten que no basta con las ocurrencias. Se puede decir que no es suficiente con soltar burros en pleno monte, digamos en el Desierto de las Palmas y olvidarse. El progreso, ecologista incluido, hay que trabajarlo, atenderlo, invertir, saber y quererlos, a los animales, claro.

Los hay que se quejan de la muerte del toro hasta querer abolir la corrida cuando en la realidad es el gran privilegiado, quince minutos de lidia a cambio de cinco años de una placidez que no está al alcance de ninguno de sus otros congéneres. El ecologismo, no confundir con el animalismo, conlleva vida y muerte, y desde luego destierra, debería hacerlo, los posicionamientos melifluos, desde siempre la naturaleza es dura y selectiva.

Cuando abandonamos El Castañar, el turreo perezoso y penetrante de los toros corta el silencio y llena de misterio la dehesa. ¿Quieren pelea?… no, solo despiden a los urbanitas, el móvil ha recuperado la cobertura y se amontonan los mensajes. Y aún quieren que desaparezcan, pienso. Ignorantes.

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