La crónica de Benlloch en Las Provincias

Una tarde para las castañeras

José Luis Benlloch
miércoles 18 de marzo de 2015

Fue en realidad un conjunto propio de una feria de categoría al que le tocó la china de ese ambiente desolador y frío que congeló por momentos las ideas de los lidiadores y puso por las nubes los aplausos, en la medida que aplaudir suponía sacar las manos de los bolsillos.

Frío. Más Frío. Frío polar. Frío artístico. Frío taquillero. Frío negro. Frío de todos los colores y contra todos los ánimos. En tardes así debió inspirarse el Gallo cuando acuñó aquello de lo que no puede ser no puede ser y además es imposible. Así que le gente se fue para casa mascullando jaculatorias y rechinando los dientes en busca de un cafelito reparador. Tan antitaurino se puso el ambiente que hasta los gritos de los exaltados de enfrente, dejaron de importar ante la evidencia climatológica ¡para tortura el frío de ayer!. Y en lo estrictamente artístico cuesta sacarle punta más allá de los detalles y los pasajes sueltos.

¿Que quién tuvo la culpa frío aparte?… pues entre todos la mataron, porque en eso y poco más consistió la tarde y ellos o mejor él sólo se murió y no es frase hecha, que el cuarto, un toro colorado, de imponente estampa murió por su cuenta y riesgo cuando todos estábamos esperando que le embistiese quince veces a la muleta de Padilla que había brindando al publico confiado en una colaboración del Alcurrucén que no solo no llegó, sino que cuando menos se lo esperaba nadie se paró primero y todo seguido se desplomó muerto y bien muerto, seguramente victima de un sincope porque aunque a la corrida le dieron en varas para ir pasando, tampoco cabía adivinar semejante y radical desenlace.

Los toros de Alcurrucín bien presentados en general, cuarto, el quinto y sexto diría que muy presentados, con cuajo y seriedad; los hubo preciosos como los dos primeros; los hubo de gran nobleza como los tres que salieron por delante; los hubo con edad, caso del primero y el sexto, cinqueños cumplidos; los hubo decepcionantes como el mentado cuarto. En general mansearon de salida como entra en lo habitual del encaste núñez, se iban sueltos, se emplazaban, había que jugar con las querencias para picarles y mejoraban ostensiblemente en el último tercio. Fue en realidad un conjunto propio de una feria de categoría al que le tocó la china de ese ambiente desolador y frío que congeló por momentos las ideas de los lidiadores y puso por las nubes los aplausos, en la medida que aplaudir suponía sacar las manos de los bolsillos.

Los matadores tuvieron sus momentos. Además de un muy ortodoxo tercio de banderillas en el que rompió plaza, el arranque de Padilla al cuarto estuvo a punto de poderle al frío, pero cuando mejor nos las prometíamos pasó lo del sincope y se acabó toda posibilidad; Miguelito Abellán con su sempiterno blanco y plata, a punto estuvo de cuajar al segundo que había manseado en los primeros tercios y rompió a embestir por abajo en la muleta; y Urdiales que volvía a Valencia, plaza que hasta el momento no ha tenido la suerte de verle como le han visto en el norte, hizo cosas de regusto, firmó pasajes de los que se catalogan como muy toreros, pero al conjunto de su actuación por fas o por nefas como le ocurrió a los compañeros le faltó el redondeo para que la afición se olvidase del frío y la tarde contase como argumento de convicción a la hora de que los apoderados se sienten a negociar con las empresas.

La plaza se llenó en su mitad, para la fecha que era no es cifra para presumir ni mucho menos para inquietar a los defensores de los carteles cerrados de figuras. Del ambiente gélido de la tarde ya está todo dicho, tarde para las castañeras. Del presidente Amado no cabe decir ni pío, que es la mejor manera de reconocer que anduvo bien. De las cuadrillas lo mejor lo firmó el picador de Abellán, Domingo García, conocido por Jabato, que habiendo picado al primero con eficacia y lucimiento cuando hacía la puerta, picó en su turno al quinto toro por arriba, echándole el palo por delante y midiendo el castigo con mesura y respeto al contrincante.

A Padilla se le vinieron abajo los dos toros, el primero por darle en exceso en varas sin motivo aparente como se vio cuando el de Jerez cogió la pañosa y el de Alcurrucen le embistió noble y humillado. Que se viniese abajo pareció cosa lógica después de tan cruento tercio de varas. Al cuarto lo toreó de capa con mucha vibración, como dicen los taurinos ¡enfadado! y las verónicas surgieron emotivas y toreras, incluida la tafallera final como remate. A ese mismo toro luego lo banderilleó con mucha ortodoxia en los dos primeros pares, ganándole la cara con franqueza y por delante para cerrar con un par al violín que es suerte que garantiza las palmas. El arranque de faena, de rodillas, tuvo la misma virtud que las verónicas iniciales pero hasta ahí llegó el toro, todo seguido se paró, se entregó y se murió por su cuenta sin dejar que Padilla entrase a matar.

Lo mejor de Abellán surgió en el berrendo en colorado que hizo segundo al que hubo que picar en chiqueros y esperó en banderillas, esos malos, en realidad falsos presagios no se cumplieron y cuando el madrileño se plantó frente a él con la muleta, le embistió largo y humillado. Los muletazos surgieron poderosos y largos, siempre por abajo, ligados, por un pitón y por otro aunque fue a derechas cuando más subió el nivel. Mató de una estocada traserilla, tardó en doblar el toro, se pidió la oreja, el presidente aquilató los pañuelos al máximo y dijo que faltaba quórum, por lo que Miguel se tuvo que conformar con una vuelta al ruedo. Su segundo, que se emplazó de salida, se movió mucho pero le falto humillar y le faltó clase, así que con la tarde vencida ni la gente ni el matador entraron en comunión. Además lo mató mal.

Urdiales, que no redondeó, sí tuvo momentos de su reconocida torería. En su primera faena hubo más compostura que arrebato y un poco de pimienta, ya se sabe, siempre se hace necesaria para arrancar tardes como la de ayer. De lo contrario puede pasar que su clasicismo, su naturalidad, el juego de muñeca para vaciar las embestidas y demás cualidades no lleguen a valorarse en la medida que hace falta para conquistar una plaza. A su primero lo mató de una estocada que asomaba y en su segundo le recuerdo unos lances muy mecidos y bonitos y muletazos sueltos de su proverbial buen gusto. En los dos fue ovacionado, en los dos gustó a sus partidarios y al conjunto le faltó un toque de pasión para ganarse la plaza.

CRÓNICA PUBLICADA EN EL PERIÓDICO LAS PROVINCIAS

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