Gran feria. Bilbao alta gama. Hubo suerte. La necesaria, la imprescindible, para hacer bueno lo mucho que prometía la feria antes de comenzar. Le quitas el manchón de la corrida de El Pilar, la del mano a mano Juli-Manzanares, por cierto, fórmula periclitada mientras no haya motivos para volverla a activar, y todos los días pasaron cosas. Lo mejor sucedió en la arena, lo preocupante estuvo más allá de la barrera. Faltó gente, mal que a todos alcanza y sobró polémica, la del palco puede ser más llevadera por mucho que enerve, en realidad forma parte del paisaje bilbaíno de los últimos años, uno sabe cómo es el palco de Vista Alegre y ya valora automáticamente el valor de las orejas como valora las de Madrid o las de Sevilla y sabe de la conveniencia de leer las crónicas más allá del marcador; la gresca dura es más soterrada, más que verse se adivina, se siente, es ruido de sables y ambiciones soterradas. Hay gente con prisa para reubicarse y uno tiene la sensación de que no es sano ni oportuno, al menos por ahora y se sabe de siempre que existe una ley que advierte que lo que funciona no se toca y Bilbao funciona.
ENTRAR AL TRAPO
