LA PINCELADA DEL DIRECTOR, POR JOSÉ LUIS BENLLOCH

El planeta toro, en llamas

José Luis Benlloch
domingo 16 de agosto de 2020
¿Soluciones?... Ya sé que la equidistancia no tiene cartel, pero las tomas de postura radicales en estos momentos son como echarle gasolina al fuego, justo lo que esperan sentados en el quicio de su mancebía quienes todos sabemos

El planeta toro está en llamas. El coronavirus ha caído sobre él como una de las grandes plagas bíblicas. No es la única. Llueve sobre mojado y el detalle lo agrava más. La descapitalización que viene de muy atrás; el fuego a discreción de los anti, sin miramiento, disparan por tierra, mar y aire y sobre todo las redes son un infierno; el meninfotismo, en castellano la indiferencia, interesada e intencionada de las administraciones, me refiero a las declaradamente anti y las interesadamente prudentes. Y luego están las guerras internas. El caso es que entre unos y otros estos días tengo la sensación de que nos van llevando a las tablas y ya saben lo que pasa en ese terreno, que te atronan o que doblas salvo milagro de una embestida final. Así que el momento es especialmente comprometido y pone más en cuestión que nunca las conductas de los hombres. Hay que ser especialmente prudente porque lo que antes valía o simplemente era inocuo o no pasaba de considerarse pimienta para las tertulias o entraba en el territorio de las cuitas personales, ahora es puro veneno y eso es lo que hay, lo que priva, un totum revolutum cancerígeno que seguramente estamos a tiempo de contener si tomamos conciencia. Es lo que quiero pensar y creer en un esfuerzo supremo de optimismo. Ya sé que la equidistancia no tiene cartel, pero las tomas de postura radicales en estos momentos son como echarle gasolina al fuego, justo lo que esperan sentados en el quicio de su mancebía quienes todos sabemos.

Este 15 de agosto la agenda se ha adelgazado hasta el raquitismo, los clarines enmudecieron, las campanas dejaron de doblar a fiesta, no la hay, ni apetece estrenar ni se puede procesionar…

…ni hay quien engrase los goznes de los chiqueros porque los toritos negros siguen en el campo amenazados por un futuro negro en cualquier anónimo matadero que, eso sí, amenaza su estatus y su orgullo de toro bravo

Escribo tras un 15 de agosto que ha sido especialmente triste. El más triste de la historia contemporánea del toreo. La agenda se ha adelgazado hasta el raquitismo, los clarines enmudecieron, las campanas dejaron de doblar a fiesta, no la hay, ni apetece estrenar ni se puede procesionar, ni hay quien engrase los goznes de los chiqueros porque los toritos negros siguen en el campo amenazados por un futuro más que negro, zaíno, en cualquier anónimo matadero que, eso sí, amenaza su estatus y su orgullo de toro bravo. La España vacía, como la han bautizado los estudiosos -demasiado tardaron en hablar-, es un barbecho camino de convertirse en tierra yerma. Ni que decir que las vírgenes y los pueblos se han quedado sin fastos taurinos camino del septiembre de las patronas aparecidas en el que los toros son más que nunca, deberían serlo, devoción pagana y aliento para la gente del toro, ganaderos, matadores, banderilleros, especialmente los menos favorecidos por la fortuna, que esos días de advocación mariana, toros y fe, encuentran el resquicio y el calor imprescindible para seguir creyendo. Ellos y los miles de españolitos que necesitan del aliento de sus raíces, hombres y mujeres a quienes urbanitas y urbanitos nos quieren condenar desde la más profunda ignorancia a ser unos apátridas culturales, en despistados pulpos en sus garajes anglosajones, en parias bolivarianos. Y no es eso, no nos los merecemos.

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