Hace más de tres décadas que Dolores Aguirre se hizo ganadera casi casi de casualidad. Le convencieron su marido y su amigo Antonio Ordóñez. Cuando aceptó el reto, de inmediato supo el ideal de toro que pretendía criar. En primer lugar, que el toro fuese encastado y tuviese emoción en su embestida. Y por otro lado, buscar una presentación ofensiva, seria. Quizá como es el toro que se lidia en el norte, su tierra. Y lo ha conseguido, con la amalgama Atanasio-Conde de la Corte, ha logrado crear un toro con personalidad propia que durante muchos años tiene cabida en las ferias más importantes de España y Francia.
Hace más de tres décadas que está ganadería de bravo vio la luz. Dolores Aguirre y Federico Lipperheide, un matrimonio aficionado a los toros y afincado en la vizcaína localidad de Berango, mantenía una cálida amistad con quien fue una gran figura del toreo, Antonio Ordóñez. El maestro, ante la desmesurada afición de Dolores, propuso a Federico que convenciese a su mujer para que adquiriese una ganadería de bravo e inmiscuirse así en el maravilloso mundo de la crianza del toro bravo. Y así fue. A Dolores la convenció su marido pese a mostrarse un poco reticente al principio. “No te creas que me hacía mucha gracia porque no entendía, pero poco a poco, cuando empiezas a entrometerte y a conocer este mundo del toro en el campo, la ilusión aflora, ya sabes lo que te gusta y lo que no, y te marcas unos objetivos para ir consiguiéndolos”, afirma la ganadera.
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