TAL DÍA DE ESTA SEMANA… 22 DE MAYO DE 1972

Palomo Linares corta el rabo a Cigarrón en Las Ventas

Alfonso Ávila
lunes 16 de mayo de 2022
El diestro de Linares corta el último rabo concedido a un matador en la Monumental madrileña

Con algo menos de tres cuartos de plaza se celebró la duodécima corrida de la Feria de San Isidro. Se lidiaron seis toros de la divisa salmantina de don Atanasio Fernández, muy justos de presentación y de excelente juego para los toreros. El maestro de Villapando Andrés Vázquez cortó una oreja tras una pundonorosa labor al toro que abrió plaza, mientras el mexicano Curro Rivera cortó tres orejas. Sin embargo, la tarde fue de Sebastián Palomo Linares, un diestro que llegaba a Las Ventas envuelto en un clima hostil, pues muchos aficionados le recriminaban el no haber toreado de novillero en esta plaza y tardar cuatro años en confirmar el doctorado. Con estos argumentos, Palomo Linares, con un terno blanco y plata, pisó fuerte la arena, sabiendo que tenía que estar muy bien y había que arrollar.

Tras una faena corajuda al segundo toro de la tarde que le valieron las dos orejas, justo premio a su casta, llegó el turno del quinto toro. Como nos relata nuestro compañero de Aplausos José Luis Suárez-Guanes en su libro Madrid-Cátedra del toreo: “Palomo torea forzado a la verónica y se le jalea con estrépito, pues el público está embalado. Con la muleta sale a remachar el triunfo. A conquistar definitivamente al público madrileño. Enrabietado, pero con calmosa tranquilidad, desgrana una faena antológica. Torea de rodillas de una forma portentosa. Son redondos ligados, templados, sin solución de continuidad, ganando terreno a cada pase para desembocar, de dentro afuera, en terrenos más centrales. De ese modo, de rodillas, solo he visto torear a Parrita. La plaza es un desiderátum. Ya de pie, trastea sobre ambas manos con un reposo nada común en su normal quehacer. A la hora de la suerte suprema, va a “matar o morir”. A entregarse. La estocada hace caer al toro. La entereza del torero se ha transmitido a la plaza. Se piden las dos orejas y también el rabo. El presidente Panguas lo concede y le cuesta el puesto.”

Otros críticos afamados de la época censuraron duramente aquella tarde histórica. Antonio Díaz-Cañabate titulaba la tarde: “Las orejas y las rosquillas del santo”, aludiendo al triunfalismo de los espectadores ante toros blandos y sin emoción, y el excesivo número de apéndices cortados. Por su parte, el crítico taurino Alfonso Navalón para el diario Pueblo: “La fiesta tiene dos vertientes distintas, una cuando está el toro con su poder, su casta y sus problemas, y otra cuando está el borreguito comercial, sin casta, blando y bobalicón”.

Después de la concesión del rabo se origina un polémico debate: unos dicen que sí, otros que no. Las tradiciones de Madrid se creen mancilladas y manchadas, pues muchos son los aficionados que ponen ejemplos de tantas faenas históricas no premiadas con este galardón… se recuerda la faena de Manolete al toro de Pinto Barreiro, muchas faenas de Antonio Bienvenida o la de Antoñete al toro “blanco”. Desde luego a muchos de estos protestantes razón no les faltaba, pero nadie puede discutir que en esta tarde Palomo estuvo extraordinario, que con mucho mérito se rebeló a las injusticias y que con un valor indomable cuajó dos faenas que lamentablemente no volvió a repetir en esta plaza. Así pues, escribió una de las páginas más brillantes de la historia de la feria, le pese a quien le pese.

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