TAL DÍA ESTA SEMANA… 24 DE MAYO DE 1979

Paquirri y Buenasuerte, el toro de su vida en Madrid

Alfonso Ávila
viernes 24 de mayo de 2024
El diestro de Barbate se consagró en Las Ventas como máxima figura del toreo

Paquirri, en su primero, se lució a la verónica. Lo lidió perfectamente y lo muleteó templado y sosegado en una buena faena que sorprendió al público. Como lo mató de un gran volapié, le fue concedida una merecida oreja. Pero, tal y como relataba José Antonio del Moral, la cumbre vendría en el sexto toro.

“Irrumpe Buenasuerte. Veleto, negro bragado, listón y girón, con 533 kilos y se desata la pasión. Su trapío llena la plaza, que prorrumpe en aplausos. Paquirri lo recibe en el tercio, con buenos lances, cerrando con una media emocionante. Paquirri le dice a su picador Rafael Muñoz que no lo castigue mucho. Buenasuerte va tres veces al caballo. Rafael obedece al maestro y mide el castigo ante el estupor de los buenos aficionados, que ocupan los bajos de sombra. El segundo tercio se cubre velozmente. Paquirri advierte un inicial gazapeo,  pero su preocupación se desvanece cuando comprueba su embestida certera en banderillas. Suena limpio el clarín. Veintitrés mil respiraciones contenidas presagian un duelo a muerte inevitable. En la plaza está presente todo el toreo. Se muerden los cigarros y no se habla”.

Paquirri, al natural con Buenasuerte.

La crónica seguía así: “El torero inicia la faena doblándose por bajo. Aún no se ha hecho con el toro, que embiste con la cara alta. Más que embestir vuela. En los tres redondos que siguen, Paquirri no se centra y se escucha una voz que le dice que el palillo por debajo de la pala de los pitones. Y Paquirri se cruza con el toro. Sólo la fuerza sumada al conocimiento, la concentración y la afición del toreo empujan al hombre hacia ese paso a delante que le coloca en el sitio para dejarse envolver por el toro, como un tornado que el torero atrae hacia si, lo acompaña con el quiebro cadencioso de la cintura y lo vacía con displicente desmayo en tres redondos rematados con la gallardía del pase de pecho obligado, que devuelve la tormenta al lugar de donde vino. Jamás la geometría del toreo, síntesis simbólica del combate, se ha trazado sobre líneas tan vibrantes, sobre un temblor tan hondo. Los olés jalean desgarrados, traspasados por la belleza del toreo, y la plaza parece el espacio sonoro donde se escucha la galerna. El toro no va claro por el lado izquierdo, pero Paquirri se juega definitivamente el ser o no ser con dos naturales imposibles y uno de pecho tan largo como un río. La suerte de matar, ejecutada otra vez al volapié, quien con la mirada fija en la cruz hunde clamorosamente su estoque y libera la tensión estética del toreo, que es la belleza burladora de la muerte, y la transforma en pasión colectiva por el triunfo del hombre. Ya no hay discusión. El presidente saca su pañuelo dos veces inmediatamente. Arrastran el toro y el público reclama que le den la vuelta al ruedo a la res, que le fue concedida”. Paquirri fue izado en hombros y salió por la puerta grande.

La contundencia estoqueadora de Paquirri.

El Viti tuvo una tarde de menos a más. No se acopló con el geniecito del primero, se animó en el cuarto al que ligó buenas series por el pitón izquierdo, pero el premio se esfumó al fallar con la espada. Al que mató en sustitución de Palomo, lo toreó con mayor profundidad, destacando de la faena “tres naturales ligados, abrochados al de pecho y un muletazo de trinchera que, como bello, fue el más bello de la tarde”. Mató de certera estocada y fue premiado con una oreja.

El punto de desgracia se lo llevó Palomo. Tropezó con el genio de un segundo toro problemático y su coraje le llevó a matar volcándose, siendo herido.

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