Bendito sea Morante de La Puebla que, con la pureza sin mácula de su arte, incita a la competencia a los toreros que por su juventud todavía no han caído en el aburrido academicismo manierista del sota caballo y rey…
Bendito sea Morante de La Puebla que, con la pureza sin mácula de su arte, incita a la competencia a los toreros que por su juventud todavía no han caído en el aburrido academicismo manierista del sota caballo y rey que, junto al descaste generalizado de la ganadería, está acabando con la emoción en los ruedos.
Algunos, que por razón de edad, no habían visto en su vida un tercio de quites en el que los tres toreros de un cartel se dejaran los pelos en la gatera, han calificado de histórico el que el pasado día 3 de junio protagonizaron en Las Ventas Morante, Luque y Cayetano. Y, aunque para los que peinamos canas o lucimos alopecia irreversible no sea así, para ellos puede serlo. Ese es el mérito de José Antonio Morante. El de haber resucitado con su arte soberano, esa su manera arcangélica de vestir el traje de luces, y su modo alado de moverse por el ruedo, el espíritu de emulación en toreros que corrían el peligro de adocenarse, tomando el toreo como una oficina en la que ejercen su trabajo de siete a nueve de la tarde. Por eso, repito; ¡Bendito sea Morante de La Puebla, que está demostrando que el toreo es otra cosa!
Que, además de conocimiento profundo de la técnica, valor y arte, que en el toreo es un bien escaso que Morante atesora en cantidades industriales, el toreo es pasión. Ese gramo de locura que se trasmite a los tendidos, y hace del toreo un arte capaz de calar en el alma del aficionado como una daga florentina templada con el fuego de la sinceridad y la entrega.