Este San Isidro vuelven los toros de Samuel Flores. Es de justicia por las grandes tardes regaladas. La afición venteña, cada vez más reducida en su número, no olvida corridas de Samuel en Beneficencias como la de 1980 con Paquirri o la de 1990 con el mano a mano y salida a hombros, junto al propio ganadero, de Ortega Cano y Rincón. Y qué decir de aquella tarde de los quites en 1996 con Joselito y Ponce o la mítica faena de esa leyenda del toreo que fue Dámaso González ante el toro Chaval de Samuel. Los “samueles”, como se les conoce, han alcanzado matrícula de honor por la cátedra venteña y ahí están los azulejos que lo recuerdan en la propia plaza de Las Ventas y en esa capilla Sixtina del toro bravo que es la Venta del Batán, que esperamos sea pronto devuelta al goce de los aficionados.
Regresan los “samueles”, divisa que es historia del campo bravo español desde que fue fundada por los hermanos Flores (Samuel, Leonardo, Melquíades y Carmen) de la serrana y albaceteña localidad de Peñascosa. Su raíz ganadera es Vistahermosa, vía Parladé. Olea y Gamero-Cívico. Con los años, casi cien ya de antigüedad, Samuel ha creado un propio encaste con su toro largo, bajo de agujas, hondo, de pronunciada papada y de tipo aleonado, abierto de sienes. Lo ves y dices es un samuel. El viejo tío Samuel puso la ganadería en las preferencias de las figuras y el duro bache de los años setenta lo superó el buen hacer de su sobrino nieto, el actual Samuel Romano López Flores, hasta colocarla de nuevo entre la preferencia de las máximas figuras que hemos conocido.
En ese paraíso natural que es la finca albacetense de El Palomar, entre ciervos, gatos monteses, linces y cigüeñas, tesoro cinegético, mantiene Samuel Flores la leyenda de la cabaña brava que son sus samueles. Sé que estos últimos años lo ha pasado duro. Ya no solo ha sido la pandemia, sino estos tiempos del toreo donde las figuras torean sota, caballo y rey, dejando de lado encastes de raza y presencia como el de Samuel, al que incluso han denominado, injustamente, encaste minoritario.
Yo a Samuel Flores le tengo gran cariño como persona y una enorme admiración como ganadero. Es un señor de la vida que reina en el señorío de El Palomar. Samuel representa el último vestigio del ganadero romántico, heredero de un respeto y amor reverencial por el toro bravo. Su finca en plena Sierra de Alcaraz es refugio de los mejores valores que acompañaron a ganaderos legendarios como el Conde de Santa Coloma, Ybarra, Concha y Sierra, Marqués de Albaserrada, Saltillo, Buendía, Guardiola, Pablo Romero, los Domecq, Pérez Tabernero, Sánchez Arjona, etc. Aquellos míticos ganaderos de bravo, que no ganaduros a costa de los toros.
En mi familia, el nombre de Samuel ha sido un referente. Mi abuelo, héroe de Annual como médico militar, abandonó el ejercito y se fue a Albacete al pueblo de Peñascosa donde cuidó a la familia de los Flores, atendiéndoles luego en su palacio de la calle Ancha de Albacete. Mi abuelo me contaba charlas con el mítico tío Samuel, con su hermano, el tío Leandro, o la tía Carmen. Pero sobre todo abría mi boca de niño relatándome los cuentos que le confesó el viejo mayoral Don Pío. Luego yo siempre esperaba aquellas imponentes corridas de Samuel Flores en la corrida de Asprona que este año, sin Samuel, cumple 50 años. Esa bautizada “corrida de España” que tiene dos nombres propios: Dámaso Gonzalez y Samuel Flores.
Samuel Flores, junto a su mujer Isabel, ha creado también su familia que tiene la casta humana que encarnan sus hijos Carlos, Samuel e Isabel, casada con uno de los mejores aficionados prácticos de España como es Adolfo Suárez, hijo del inolvidable presidente del mismo nombre y amigo íntimo de uno de los toreros y personas que más admiro como es Juan José Padilla.
Vuelven los samueles a Madrid, con una corrida imponente que lidiarán el 30 de mayo Fernando Robleño, Morenito de Aranda y Damián Castaño. Regresa la leyenda de la cabaña brava que es la ganadería de Samuel Flores, quien pasea por España el señorío que representan las buenas gentes de nuestro Albacete.
