BENLLOCH EN LAS PROVINCIAS

Torería de la mejor clase y polémica

José Luis Benlloch
sábado 16 de marzo de 2024
El presidente le niega la puerta grande a Nek Romero; Morante bordó la verónica en una exhibición de torería y Pablo Hermoso de Mendoza se despidió cortando oreja

La tarde fue de lo más cumplida. Hubo de todo. Filigrana, esperanza, disgusto, cesarismo, gloria, infierno, capricho, personalismo, otra vez personalismo, del bueno y del otro, ambiente, alborozo, bravura, también mansedumbre, dulzura en el primer toro, clase en el primer novillo, un mentecato en el ruedo, ese guiri cobarde que vive a jornal del capitalismo animalista, sí, el que saltó con el toro moribundo para desafiar un derecho de siglos. No me canso, me sobran los titulares. Era el primer plato fuerte de la feria y no defraudó. Hubo más de tres cuartos de plaza, hubo toreo grande, del caro, del que no admite discusión, ese Morante a la verónica es harina del mejor costal o si prefieren vino gran reserva, que lo criogenicen, hombre, para que las nuevas generaciones tengan referencia del toreo como arte mayor, para que esta y las próximas generaciones disfruten del milagro de la verónica arrebujada, sentida, templada, de reloj parado y olé largo, en el recibo y en el quite. Entenderán si les digo que, a esas alturas, cuando los piqueros no habían abandonado el redondel, ya estaban amortizadas las entradas, lo que le siguió haciendo el de La Puebla a ese toro con la muleta entraba igualmente en la categoría de la maravilla, fue la dificultad hecha mimo, la inspiración desbocada, la línea curva como guía, la estridencia desterrada. Ese fue Morante en su primero, todo lo que le hace diferente. Y no me refiero a ese terno sangre de toro y merengue con medias blancas que lo luce Morante o es directamente denunciable.

Naturalmente la tarde no acabó con el de La Puebla, compareció Pablo Hermoso de Mendoza, otro genio en lo suyo, para despedirse de Valencia. Y le trataron como tal, como merece el milagro de hacer definitivamente toreo lo que durante tantos años había sido distracción de caballeros pudientes. El punto y seguido a los logros de Alvarito, de don Ángel, de Vidrié y de un manojo más de pioneros que le dieron profesionalidad y categoría… a un hobby. Pablo no defraudó, a estas alturas cimeras de su carrera no cabía, así que galopó de costado, se reunió en los medios, hizo alarde de doma y elegancia y naturalmente Valencia se lo agradeció.

GRAN NEK

Y estuvo Nek que tampoco defraudó, era otro de los argumentos clave de la tarde. El sueño de Valencia del que no hubo motivo para despertar. Al contrario, creció en lo artístico, en lo técnico y en lo personal. Toreó con categoría, derecho, sereno, con un toque de personalidad que le debe ayudar en la escalada que se le augura. Desde ayer ya sabe en carne propia de las injusticias y la incomprensión que le puede acarrear la ignorancia ajena. A su primero lo toreó como merecía la calidad del novillo de Talavante, a su segundo con la rebeldía a la que le había llevado la arbitrariedad sufrida, con más entrega, mucha más de la que aportaba ese novillo de Talavante, pero para entonces la gloria de la puerta grande le seguía vetada, clausurada por extraños prejuicios.

Y otro protagonista, posiblemente quien menos debería serlo, fue el presidente que ignoró todo lo bueno y difícil que había hecho Nek en su primero, agarrado seguramente a una mínima desviación de la espada. No sabe el señor, o eso parece, lo difícil que es torear como había toreado el chico, ni lo difícil que suponía haber superado los nervios de una tarde clave en la que se podía dilucidar su futuro, ni torear la presión de comparecer después de una faena grande de Morante siendo un novillero en formación, ni lo difícil, casi milagroso y necesario, que supone sacar un torero en Valencia… Nada de eso le importó o directamente no lo entendió en su buena voluntad, condición que no le voy a poner en duda, pero no lo entendió y se cargó una de las vigas del futuro de esta plaza. Dejó al chico sin la puerta grande, con la sensación necesariamente desmoralizadora de que tanto sacrificio invernal, tanta renuncia juvenil y tanto albur, también tanto mérito porque la faena lo valía, al final pueda quedar en manos de que alguien haga una interpretación cicatera y reglamentarista de lo sucedido y se ponga por montera la voluntad de siete mil personas. Todo es posible en Valencia, hasta que la superioridad lo ría y lo celebre. Cesarismo puro.

La tarde amaneció soleada y festiva, música y pólvora, de la mascletà a la mesa y de la mesa a la plaza hasta completar una magnífica entrada. Y en ese ambiente la Valencia taurina tiene difícil parangón, aunque contado lo contado entenderán que siempre hay quien se la puede cargar. La tarde la arrancó Pablo Hermoso que anteriormente había recibido en el ruedo el reconocimiento de fieles y amigos en modo de placa conmemorativa de su carrera. Compareció con Jíbaro, un castaño de sangre lusitana con el que paró al toro de Carmen Lorenzo en lo que se dice un ladrillo, muy templado, yendo de frente con los pechos del caballo por delante, clavando en los medios y saliendo de la reunión con el toro pegado a la cola, en lo que era un resumen de su maestría. La espectacularidad de Berlín, un hannoveriano licenciado en tauromaquia que está a la altura de los mejores de la historia de la cuadra del jinete navarro, puso la guinda. Luego con Ilusión bajó el nivel de la obra que volvió a elevarse con el cuarto de la tarde en la que de nuevo Berlín con una hermosina imposible, en la que desafió todas las leyes de la geometría y la impenetrabilidad de los cuerpos, ¿por dónde ha pasado, por dónde lo ha vaciado, cómo lo ha hecho?…, a la vera de la puerta grande, puso las cosas en su sitio. Al final cortó una oreja que reconocía lo que hizo y todo lo que significa en la historia del arte de Marialva.

SEÑOR MORANTE

Morante, por su parte, abrió su tarde con un mazo de verónicas de abrazo fuerte y mucho arrebujo, apasionadamente amorosas por mucho que suene cursi, y no una ni dos, fue tanda larga, mecida, sin el menor esfuerzo, un paso un lance, un paso un lance, todo encadenado, diría que todo milagroso, que naturalmente despertaron clamores y acallaron cierto sarpullido de protesta, puro vicio, que había acogido la presencia del toro de Juan Pedro. Lances de ensueño, que como con Cagancho, pedían los cinceles de Montañés, que repitió más pausado si cabe en el quite.

La faena de muleta mantuvo el marchamo de la casa. No era tarea fácil. Cuando un toro embiste de salida con la calidad celestial que embistió el juampedro, hay que ponerlo bajo sospecha en el último tercio. Y no falló la sentencia, tampoco importó mucho, el sevillano tenía la solución. Él puso la emoción de la estética y el toro la condición necesaria de la nobleza, no es lo más natural, pero en el caso de Morante resulta. La faena alcanzó altos vuelos, tuvo serenidad, hondura, perfecta colocación y cuando fallaba la continuidad que da la casta del toro, surgían perlas sueltas deslumbrantes del torero. La faena crecía sobre la mano derecha y bajaba sobre la izquierda, dicho sin ánimo comparativo con la realidad social del país, y todo se resolvía con improvisación y torería. Un pase de pecho dormido despertó pasiones. No mató con prontitud y todo se diluyó. Su segundo fue directamente imposible y ante eso solo cabe lo que hizo Morante, abreviar.

Nek no se achantó. Y la cuestión no tenía fácil respuesta. Rompió los nervios con las verónicas de recibo, se ajustó en el quite por chicuelinas y de ahí a los cielos. El arranque de faena por abajo fue un aldabonazo que puso a todos atentos y en guardia. Fue toreo caro, de muleta mandona, con la zurda, ganándole pasos el novillo hasta los medios, los vuelos sueltos, el mando largo, gusto generoso y originalidad palpable. Seguidamente privó la quietud, esperaba con paciencia, ahí está el valor, dejaba que el novillo metiese la cara y tiraba y tiraba y tiraba, y hubo pasajes de auténtica categoría. Obra de cante grande con desenlace espectacular. Era de puerta grande. El sexto fue un novillo rebrincado y molesto al que aplicó coraje. Pudo cortarle la oreja, pero esta vez se le cruzó el puntillero. La próxima será.

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