Este miércoles, 1 de julio, se cumplen treinta años de la muerte de Mario Cabré. Torero, actor, poeta, presentador… Cabré protagonizó la primera entrega de la sección “A punta de capote” que Antonio Santainés dirigió en los primeros tiempos de Aplausos. El matador catalán, a quien una embolia cerebral mermó la movilidad de su brazo y pierna derecha a finales de los setenta, se recuperaba lentamente en un centro de la localidad castellonense de Benicasim cuando esta casa publicó, el 7 de marzo de 1977, la entrevista realizada unas semanas antes de aquella trágica pirueta que le tenía reservado el destino. Ahora, cuando se cumplen tres décadas de su triste desaparición, recuperamos algunos fragmentos de aquella charla que mantuvieron el artista y el informador taurino catalán.
Cabré fue actor, poeta y torero, “el triángulo básico de mi manifestación artística”, decía
“Cuando yo decía que quería ser torero, la gente me miraba y se ponía a reír”, confesaba Cabré al inicio de una conversación en la que pronto quiso dejar claro que su insistencia en querer ser torero la respaldaba “únicamente” su inmensa afición: “Nunca la necesidad económica, que indudablemente existía, contó para nada”. De hecho, admitía: “En las primeras salidas de becerrista y novillero con picadores, alguna tarde tenía que añadir dinero encima”; y declaraba sobre dónde llegó su primera ganancia pecuniaria en el toreo: “Poco o mucho -decía- fue en Barcelona. De novillero. El 23 de septiembre de 1935. Alternando con Rafael Ortega “Gallito” y el mejicano Silverio Pérez. No recuerdo cuánto. Pero lo que me podía quedar, hoy sería para cenar los dos en un restaurante de tercera categoría”, confesaba el maestro al entrevistador.
Cabré tomó la alternativa el 1 de octubre de 1943 en Sevilla de manos de Domingo Ortega, quien se la confirmó ocho días después en Las Ventas en corrida organizada por el Sindicato Nacional del Espectáculo: “El maestro -contaba en alusión al de Borox- sé que estuvo muy cordial y que me dijo alguna cosa que en este momento no la recuerdo porque es un momento éste en que los nervios no te dejan recordar absolutamente nada. Lo que sí me hubiera gustado decirle a él es que en aquel momento hubiera querido ser él y no yo, porque él tuvo una tarde realmente redonda y a mí la cosa nada más quedó en medio, es decir en quebrada”.
“Cuando decía que quería ser torero la gente me miraba y se ponía a reír. Quería serlo únicamente por afición. Nunca la necesidad económica, que existía, contó para nada”
Castigado por los toros –“y a destiempo sobre todo”, matizaba-, la peor cornada de Cabré llegó en El Toruño, la finca de los Guardiola, cuando filmaba una de sus múltiples películas: El Centauro. “Me tuvo cuatro meses en la clínica de Nuestra Señora de los Reyes en Sevilla”, rememoraba el torero. “Era una película de esas que yo hacía en aquel entonces como “Oro y Marfil”, “La mujer, el torero y el toro”, “Una cubana en España”, “Canción mortal”, etc. etc., de ambiente taurino”.
El matador recordaba cómo sucedió el percance, producido por un semental: “Mira, el toro estaba encerrado en una corraleta. No había sitio. Le cité y le di salida por este lado (y el torero mueve con lentitud los brazos hacia el lado izquierdo, describía Santainés). Me dijeron que era necesario repetir la escena. Y les advertí el peligro que corría. Con los toros viejos no se puede repetir una misma suerte. Insistieron. Y accedí. Metí nuevamente la chaqueta para llevarme al toro pero esta vez en lugar de seguir el viaje, ves, se quedó aquí (señala Mario el centro de la suerte, es decir, delante del cuerpo) cogiéndome por la pierna. Afortunadamente, atento el animal a la trayectoria que había descrito en el área el engaño, acudió preso de ira hacia él, abandonándome unos segundos. Como pude me levanté y corrí hacia el único burladero que había, al tiempo que el toro, encelado, seguía el reguero de sangre que había dejado, corneando las maderas con locura. Me sacaron de allí con cuerdas y quise que me llevaran a Sevilla. Figúrate tú qué viaje. Después me dijeron que tuve una gran suerte. El toro en los tres o cuatro derrotes que me “pegó”, me había dejado colgando la arteria femoral y el nervio ciático. Como si fueran dos cuerdas de guitarra. Pero sin lesionarlas. Esta fue mi gran suerte…”.
Sobre su carácter polifacético, Santainés preguntó al maestro cuál de todas sus profesiones situaría en primer lugar: “Primera, propiamente dicha, no existe. Existe por el medio en que nací y la primera en aparecer como resultado de la profesión de mi familia: la de actor. Esta es la que podríamos situar como profesión heredada. La segunda fue la de poeta, dada mi afición a los libros y a estar escuchando constantemente en los ensayos versos y diálogos y también a que mi padre era gran aficionado a la poesía. Él fue el primero que me inició en la poética. O sea que a los ocho años o nueve escribí un par de letras sobre canciones que entonces estaban en boga. Una era un cuplé y otra un tango. Y una cancioncilla sobre la célebre melodía tradicional catalana el Rusiñol. Ésta la podríamos clasificar como expresión de mi manera de ser; y la tercera es el toreo, que aparece teniendo yo unos quince años. Las otras profesiones son derivadas de éste que podríamos llamar triángulo básico de mi manifestación artística”.