Bajo una encina dejo abiertas las ventanas de mi coche y hago que suene el CD…
Bajo una encina dejo abiertas las ventanas de mi coche y hago que suene el CD de Sabina y Serrat a medio volumen. Los toros me miran y al principio se escaman pero no corren, están comiendo; después de un tiempo prudencial, ya se fijan en mí de otra manera.
Tenía yo con ellos un compromiso, que pudiesen oír las canciones de mis músicos favoritos para transmitirles el arte, el compás, ese que uno desea para que cuando salgan a una plaza de toros puedan colaborar con los toreros para ayudarles a eso que se llama armonía y compás entre toro y torero. Me sorprendió y me acojoné al ver cómo se iban acercando al coche y lamiendo el capó; pude entender que ya no les molestaba la música, parecía como si quisieran compartir conmigo las canciones y disfrutar de ellas; sólo uno escarbaba y me miraba a lo lejos desafiándome, como diciendo “éste es mi territorio y no me gusta la música”. Ya veis cómo en la vida y en los toros hay gente pa tó. A ese toro no le gustó la música de mis admirados Sabina y Serrat y además pienso que no va a ser un buen toro, o que tiene muy mal gusto; yo sólo pretendía que antes de derrochar su casta y bravura en una plaza de toros, tuviesen la suerte de escuchar canciones que a mí me emocionan. Algunos de los que estaban allí seguían mirándome como dándome las gracias por aquel acontecimiento. Para mí y para ellos fue algo inolvidable. Mientras tanto, me pareció que a las encinas las mecía el viento y sonreían, a ellas también les gustó, habían tenido la suerte de oír a Sabina y a Serrat.